ℭ𝔞𝔫𝔱𝔬𝔰 𝔡𝔢 𝔮𝔲𝔦𝔢𝔫 𝔰𝔦𝔢𝔫𝔱𝔢

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Capítulo IV

Cantos de quien siente

Cuando Harry volvió al cielo fue gratamente recibido —como siempre— por los inquietos y juguetones querubines, seres con características muy similares a diferentes animales del reino mundano. Estos se amontonaban a su alrededor entre revoloteos y saltos, divirtiendo un poco al ángel en su trayecto.

Cruzó el Segundo Cielo, el hábitat de estos seres aparentemente incontrolables, y se dirigió rápidamente al Tercer Cielo donde esperaba obtener un poco de paz para lograr poner en orden todos aquellos salvajes pensamientos que de alguna forma conseguían atormentarlo. Y Harry sabía que solo había un culpable para ello, y ese culpable era un bello ser de ojos azules.

Finalmente llegó a aquellas hermosas ruinas que resguardaban horribles recuerdos, y que aun así se mantenían firmes con arrogancia.

El avistamiento de un hombre pálido y alto fue totalmente inesperado, sin embargo para el ángel de ojos verdes siempre era grato ver a su hermano, aunque éste fuera inoportuno.

–Altiorem, no sabía que se encontraba aquí— el ángel hizo una pequeña reverencia ante el arcángel, quien se volteó enseguida con delicadeza en sus movimientos.

El hombre sonrió con resignación al percibir la formalidad en su tono.

–Harry, te he dicho que no tienes por qué tratarme así, somos amigos ¿no? — preguntó ladeando un poco la cabeza.

El rizado no dudó en contestar.

–Por supuesto, discúlpame— volvió a hacer una pequeña reverencia, provocando una ligera risa en su superior.

Zedekiel siempre reía o sonreía, hacía cosas que Harry no lograba entender. La beatitud de su ser confundía profundamente al ángel que honestamente se esforzaba por comprender más nunca lo lograba.

–Me disculpo por usurpar tu espacio— aclaró con timidez.

Harry negó de inmediato.

–No, no, está bien— dijo mientras tomaba asiento en una columna que había caído junto al templo siglos antes. Zedekiel lo acompañó.

–En realidad, me encontraba buscándote— confesó el arcángel.

–¿A mí? Si necesita algo, altio- — se detuvo al ver la mirada de reproche en su amigo —Es decir, si necesitas algo, estoy gustoso en ayudarte, Zedekiel— corrigió, el arcángel lo miró agradecido.

–Lo sé, ángel. Pero solo te buscaba puesto que no te he visto mucho últimamente, y no has venido aquí— dijo mirando a su alrededor.

–Lo sé— murmuró el rizado.

Se cuestionaba cómo podría reaccionar el arcángel si supiera que ha estado viajando al mundo humano, y más aún, se ha estado viendo con un demonio. Creía que en definitiva no era una buena idea comentarle, sin embargo, nunca sería capaz de mentirle, ni a un superior, ni a nadie.

Zedekiel, testigo de la batalla interna y el tormento que eso provocaba en el ángel se apresuró a hablar.

–No necesito justificaciones, Harry— su voz era suave acompañada por una ligera sonrisa —Solo... me siento feliz, por ti.

Aquello descolocó por completo al ojiverde, quien frunciendo el ceño con confusión quiso saber la razón de su dicha.

–¿Por mí? — cuestionó.

Zedekiel asintió con la cabeza.

–Sí, no creas que no lo he notado, las estrellas en tus ojos que antes eran opacadas por densa niebla solo me dicen que cumpliste tu promesa— dijo, llevó su mano a la mejilla del ángel que se encontraba sorprendido y depositó una pequeña caricia —Has mejorado, y eso me llena de un inmenso orgullo, Darciel.

La Biblia de los BastardosWhere stories live. Discover now