𝔈𝔭𝔦𝔰𝔱𝔬𝔩𝔞 𝔞 𝔩𝔬𝔰 𝔞𝔪𝔞𝔫𝔱𝔢𝔰

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Capítulo dedicado a:
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sᴇɢᴜɴᴅᴏ ᴅᴇᴜᴛᴇʀᴏᴄᴀɴᴏɴɪᴄᴏ

𝐿𝑖𝑏𝑟𝑜 𝑑𝑒𝑙 𝑌𝑢𝑎𝑛𝑓𝑒𝑛

Capítulo VIII

Epístola a los amantes


A veces, Harry se sentía ahogado. Como si se hubiera zambullido en un profundo lago donde el suelo estaba tan lejos que parecía nunca lo alcanzaría, y para ese entonces la superficie estaba tan alejada que no podría nadar hasta ella aunque quisiera, y esa incertidumbre de nunca llegar al fondo le quemaba por dentro.

Sin embargo, se sentía tranquilo, la paz que rodeaba esa profundidad le otorgaba un ápice de serenidad a su corazón, extendiéndose por todo el cuerpo hasta consumirlo. Y cuando abría los ojos, el tono azul del lago lo rodeaba, y viendo hacia arriba lograba vislumbrar el cielo, árboles verdes rodeándolo, mariposas de colores revoloteando en el aire, y el sol, más brillante que nunca. La obra ante sus ojos era borrosa, pero ahí estaba, hermosa y efímera.

Y cuando Harry cerraba los ojos la obra cambiaba, y esta vez el azul se comprimía hasta formar dos luceros, que eran enmarcados por lindas pestañas. El cabello castaño, los pómulos sonrosados, y una preciosa y tenue sonrisa eran las pinceladas en un hermoso lienzo que resaltaba infernal y divino a la vez. Como solo Louis podría serlo.

Transcurridos al fin cuatro meses, el ángel aprendió a divisar los colores. Se mostraban espectaculares y tenues, aún no del todo claros, pero su presencia lo hacía todo más llevadero. Porque nunca se atrevería a mentir –Harry odiaba la mentira– y la verdad era que extrañaba al demonio de ojos azules con todo su ser.

Pero ahí estaba, ahogándose sí, pero rodeado de colores.

Y aún cuando se encontraba triste, la dicha que le provocaba pensar que cuando viera a Louis otra vez en el reino mundano lo vería rodeado de colores, era bastante alentadora.

El Tercer Cielo comenzaba a verse no tan demacrado, incluso podría decir que se sentía cómodo, casi placentero. Como si el triste pasado del lugar comenzara a disiparse al igual que niebla gris dejando paso a la luz que se mostraba tímida y desconfiada, la estancia era iluminada y Harry no podía dejar de compararla consigo mismo.

Porque él se sentía diferente, no era felicidad en su totalidad, pero no estaba triste. Se sentía ligero y tranquilo, como si una gran pesadez en sus hombros lo abandonara de repente, dejando que la paz se posara en él y cayera como un bálsamo de agua tibia hasta bañarlo por completo.

Tal y como el viento o el mar bonancibles.

Entendía que Louis lo ayudó a conseguir esa serenidad, pero el ángel no podía simplemente quitarse créditos por sus propios logros, pues era él el que en el pasado no lograba ver colores y ahora sí. Louis había sido la causa del descanso de su alma, pero había sido su propia voluntad de ser feliz lo que lo llevó a obtener aquel descanso que tanto había anhelado y merecía.

La Biblia de los BastardosWhere stories live. Discover now