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Capítulo VI

El proverbio de los infelices


Louis supo que las cosas no iban bien desde que puso un pie en el Palacio, con aquel ambiente que se notaba tenso y se esparcía como niebla, la falta de demonios alrededor le hizo pensar que no debía acercarse, pero recordó a Azazel decirle que el Príncipe Zayn lo mandó a llamar.

Precavido caminó por los pasillos, cruzando puertas y recorriendo habitaciones hasta finalmente llegar al despacho del Príncipe. El lugar se encontraba tenuemente iluminado por las farolas en las columnas, las ventanas cubiertas de una cortina carmín, los colores variaban entre tonos rojos, dorados y negros. Había un escritorio de caoba con una silla que parecía un trono, y sobre ésta se mostraba una peculiar pintura, la leyenda "El Pecado Capital de la Envidia Mundana" se leía en letras antiguas. La pintura vislumbraba al Príncipe Zayn junto a su hermano, congelando el momento exacto de la muerte de Abel.

A Zayn nunca le gustó esa pintura, pero cada vez que la quemaba aparecía de nuevo, una y otra vez, maldita.

Observó al Príncipe de pie justo al frente de dicha pintura, con las manos entrelazadas en su espalda, desde su lugar no lograba apreciar con claridad la mirada del moreno, pero hubiera jurado que tenía un aire nostálgico.

–La primera vez que te conocí, me dije a mí mismo que no cometería los mismos errores de mi pasado— dijo con aspereza.

Louis se mostró indiferente, incluso cuando la voz de Zayn parecía lejana, perdida en recuerdos de antaño.

–¿Por qué me has mandado a llamar?— preguntó sin rodeos.

El Príncipe se volteó quedando así frente a frente, y el demonio de ojos azules pudo apreciar la indiferencia en sus rasgos, la decepción en sus gestos. Mentiría si dijera que aquello de alguna forma no le afectaba.

–Seré directo, Louis— empezó —Debes alejarte de ese ángel.

El anunciado cayó sobre el demonio como un balde de agua helada, congelando su sangre, el frío calándole en los huesos.

Pensó en Harry, en sus divinos ojos verdes, en su cabello de cobre en forma de rizos, en la suavidad y pureza de su piel, en su fina sonrisa y en los hoyuelos que había descubierto hace poco tiempo, se preguntó entonces qué otras hermosas facciones podría descubrir con más tiempo.

Su Príncipe quería que se alejara del ángel, le dictaba que lo hiciera. ¿Cómo podría?

–No— murmuró antes de siquiera ser consciente.

Zayn suspiró cansado, como si ya se hubiera esperado esa respuesta.

–Louis, escucha, sé que puedes estarte divirtiendo, pero los ángeles no son de fiar— su voz cansada parecía ahogar el reproche, sonaba más a una súplica —No quiero que tengas problemas, deja de reunirte con ese ser.

Las palabras luchaban por salir de sus labios, tropezando unas con otras, sin éxito.

–No— repitió, esta vez su voz tembló —No, no puedes obligarme.

Zayn frunció el ceño, se mostraba algo molesto.

–Puedo, soy tu Príncipe, solo te estoy protegiendo— replicó.

–¿Protegerme?— su respiración se había acelerado considerablemente —¿Protegerme de qué? ¿De unas caricias y besos?

Calló en cuanto las palabras llegaron a sus propios oídos, y admiró con incomodidad cómo el rastro de sorpresa en Zayn cambiaba de inmediato a la ira. Aun así, se contuvo.

La Biblia de los BastardosTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang