Capítulo 6

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Tomé una bocanada de aire y miré el último mechón de cabello caer en seco sobre el suelo alfombrado de mi nueva habitación. No era propio de mí llorar en público, pero Lady Monroe quería dejarme calva. Al principio llegó mostrándome un montón de cortes «a la moda» con los que, en definitiva, no podría hacerme una coleta. No paró ni cuando argumenté que en el CIC necesitaba recoger mi cabello y acomodarlo dentro de una red para evitar accidentes. ¡No logré convencerla de que el estilo cuadrado sobre los hombros no era para mí! Fue entonces cuando decidí hacer uso de uno de mis más desarrollados instintos evolutivos: mentir. Cuando Lady Monroe escuchó la historia de la pobre y desafortunada chica que perdió los ojos y la mitad de la cara al quedarse atascada del cabello en una máquina trituradora, descartó la idea del cabello que no puede entrar en una coleta. Lo más lamentable fue no poder inventar una nueva historia para descartar el corte de hombre con tinte rubio que modelaban las chicas en las revistas que Lady Monroe tendió por toda la cama para intentar convencerme de adoptar un estilo.

—Eso no pasará —me rendí con honestidad, mostrando las palmas en alto como símbolo de paz.

La honestidad cuando mentir ya no es una opción.

Ella era insistente, pero yo era una científica, tenía la paciencia de un roble, podía esperar años hasta obtener los resultados que esperaba. Así que, cuando llegamos a un acuerdo en el que el cabello no era largo, pero aún caía sobre mis hombros, pudimos hacer la paz.

Aunque no duró mucho.

—Yo no uso faldas —le aseguré al hacer una mueca a la pantalla del móvil, donde tres chicas rubias y delgadas mostraban más piel de la que yo había mostrado en toda mi vida.

Eran vestidos hermosos y ni siquiera eran tan cortos, pero mi estilo nunca fue dado a mostrar tanta piel, no cuando se tenía que pasar media vida en laboratorios con una temperatura variante para evitar que las muestras biológicas se estropearan. Los vestidos, los pantalones cortos, las sandalias y yo, no nos presentamos jamás.

—¿Por qué no? —preguntó curiosa—. Tengo la impresión de que te irían bien, tienes curvas. Es un cuerpo en el que se puede trabajar.

Por la forma en la que me miraba supe que no quería que «trabajara» en mi cuerpo. Parecía contemplar al mejor pavo para la cena de navidad y yo no tenía intención alguna de convertirme en un pedazo de carne para un estudio de profesión... no a uno más.

—Gracias... creo, pero en el CIC no nos permiten usarlas. Ya sabes, por el riesgo a los accidentes químicos.

—¡Razón de más para disfrutarlas! —Festejó con energía—. Tienes solo un par de meses de libertad antes de volver a ser su rata de laboratorio. ¡Goza de tu nueva vida!

Hice una mueca y asentí. Otra vez no sabía si estar agradecida u ofendida. Pero Lady Monroe tenía razón, tal vez no debía de ver esos meses lejos del CIC como un castigo o una misión, sino como un respiro, un descanso o un aire de libertad antes de retomar mi vida normal. Algo así como una pausa.

—No creo que sea mi estilo —admití derrotada.

Ella me miró como si fuera ingenua y juró como un apasionado dictador:

—Las faldas, niña, son el estilo de toda mujer.

—¿Sí? Pues no el de esta mujer. —Me señalé con el índice y giré de vuelta al espejo—. Ni siquiera puedo hablar con las personas fuera del Centro.

—¡Eso es porque no usas una falda! —reveló como si hubiese descubierto el secreto detrás de los agujeros negros—. Las faldas te dan confianza, elegancia, poder. Depende del tipo de falda que utilices y la actitud con la que la portes, pero siempre funciona.

La química del amorWhere stories live. Discover now