Capítulo 32

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—¿Todo bien? —preguntó Gael detrás de mí, enviando escalofríos con su aliento sobre mi hombro.

Asentí y giré hacia él dándole espalda al fuego que avivaban cada vez más los estudiantes sin correa. Los ojos oscuros de Gael eran penetrantes, parecía poder descubrir cada una de mis intenciones, era como si sus entrañas me gritaran improperios por hacerle lo que le hacía a un alma tan buena como la suya.

Él tenía una mente maravillosa, era inteligente, era ágil, audaz, era comprensivo y tenía una forma muy optimista de ver las cosas. Nunca había hecho algo que pudiera molestarme, él era todo lo que el CIC esperaba que fuera, era todo lo que mi madre hubiera querido para mí alguna vez, era todo lo que incluso yo hubiera querido para mí. Quizá ese era el problema.

Sintiendo todo mi cuerpo estremecerse, cerré los ojos e intenté convencerme de que lo que estaba a punto de hacer era una locura, que debía salvaguardar el proyecto de mi madre a como diera lugar, que el mundo esperaba ese descubrimiento con ojos expectantes, que íbamos a salvar muchas vidas después de eso y que el riesgo valía la pena. Pero todavía tenía un poco de moral guardada en algún cajón olvidado de mi subconsciente, así que, en un momento de valentía momentánea, solté:

—Gael, hay algo que debo decirte. —Abrí los ojos para mirarle de frente y no acobardarme en el intento. Tenía que evocar todas las emociones que me permitieran tomar impulso para no acobardarme.

Sus ojos: dos lagunas negras que me miraban expectantes, destilaban tanto cariño y apoyo que comenzaba a quebrarme. Cuando una lagrima fugitiva rodó por mi mejilla creí que debía apresurarme a hablar antes de que me convirtiera en un ovillo sobre el césped o me arrojara hacía la fogata a obtener mi merecido, pero Gael no permitió que eso pasara.

Inmediatamente sus labios se ciñeron sobre los míos. Sus manos acunaron mi cara erizando la piel que tocaban mientras sus labios hacían que la fuerza de mis piernas flaqueara.

No podía negarlo. Lo que estaba sintiendo era real, yo quería estar con él, necesitaba tener un poco más de su piel, necesitaba su calor. Sentía miedo, tenía una crisis de pánico atascada en la garganta, pero eso no me detuvo.

Fue Rose.

—¡Gael! —chilló desde la puerta del patio de la casa—. ¡Te necesitamos, Harry está aquí!

Gael apenas se apartó lo suficiente para mirarme directo y sonreír a modo de disculpa.

—Lo siento, Becca, últimamente no la está pasando bien.

—¡Gael, Harry está comenzando a romperlo todo! —apremió Rose desde la puerta.

Pude ver la expresión envenenada que me dedicaba sobre el hombro de Gael. Si las miradas fueran puñales yo ya estaría cavando mi propia tumba mientras recogía parte de mis intestinos.

—Espera un poco, ¿sí? —Sin esperar a mi respuesta, corrió hacia ella y entró pasándola de lado sin dedicarle una mirada. Bueno, al menos alguien estaba ayudando.

Suspiré y me abracé evitando despegar la mirada del césped debajo de mis pies. No tenía que preocuparme de las miradas expectantes de los chicos alrededor, quiero decir, todo el mundo hacía eso... incluso cosas peores, pero no era mi estilo besar a alguien en público... ni en ningún lado, al parecer.

Giré sobre mis talones y me senté sobre un tronco que algunos de los chicos habían acercado a la fogata. Odiaba el fuego, sí, pero por el momento parecía ser mi mejor amigo y el único que no planeaba dejarme sola con mis pensamientos.

Comencé a divagar en mis pensamientos perdida en el fuego vivaz que se extendía frente a mis pies. Anteriormente habría corrido, pero ahora había encontrado cierto ápice revitalizante en el elemento. Me ayudaba a desenredar la maraña de mis pensamientos y entender la clase de persona en la que me había convertido.

La química del amorWhere stories live. Discover now