Capítulo 9

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Caminé detrás de Alden, intentando detenerle, pero fue inútil, sus pasos eran más grandes y ni siquiera parecía tomarse mis advertencias en serio.

—Alden...

—Ya sé.

Abrió la puerta y, por debajo de su brazo en extensión, pude ver la enorme sonrisa que la rubia le dedicaba a mi acompañante. Había tanto deseo y admiración en esos enormes ojos zafiro que me dieron náuseas. Cuando le echó los brazos al cuello logrando que él la atrapara, arrancando de sus labios una risa gruesa y simpática, supe que ya había tenido suficiente. Di media vuelta y volví a la cocina a paso decidido, dispuesta a terminar mi maldito sándwich y salir de allí de una vez. Pero primero el sándwich.

—Jay, necesito un poco de tu magia —comenzó conduciendo a la chica hacia la cocina—. Ya conoces a Ber... Rebeca.

—¡Beca! —Sus ojos brillaban—. ¿Qué haces aquí?

—Eso es lo que comenzaba a preguntarme —mascullé con la mirada clavada en el sándwich.

Sándwich terminado. Siguiente misión: Berly fuera.

—Beca es una vieja amiga de la infancia. —Le lancé a Alden una mirada de advertencia. Una palabra más e iba a terminar con una cirugía de urgencia. Estábamos en una cocina repleta de cuchillos. Yo solo digo—. Ella necesita encajar en la universidad.

—¡Oh, pero es hermosa! Lo hará con mucha facilidad —aseguró fascinada.

Tenía la misma mirada que tiene un duende que contempla a un hada desde abajo. No es que yo hubiese visto a un duende alguna vez, pero sus ojos brillaban tanto que parecían tener magia.

Pues sí, sabía cómo ser simpática y ganarse a las personas.

—Tienes razón, es hermosa. —Alden sonrió afable en mi dirección—. Y entonces abre la boca y pierde el encanto —añadió antes de robar mi sándwich y darle un enorme mordisco—. Gracias.

Abrí la boca y lo miré ofendida. Aunque la verdad no sabía si lo estaba por el sándwich o por su reciente afirmación. Alden era incapaz de hacer un buen cumplido y dejarlo en paz, pero al parecer no era la única que abría la boca y perdía el encanto. Jay me hizo justicia cuando su codo se impulsó hacia atrás y golpeó el firme abdomen del médico. Para ser honesta, dudaba que los daños hubieran ido más allá del roce, pero al menos se acercó.

—¡Alden, eso fue grosero! —lo reprendió, con la mirada dulce clavada en mi malhumorada persona.

—Ese fue Alden, siendo Alden. —Giré otra vez hacia la ventana de cara a la sala de mi casa. No quedaba más, tenía que hacer un nuevo sándwich.

Pan, jamón, queso...

—Necesita dejar de alardear, debe aprender un poco de humildad —decidió Alden—. Así que llamaremos a esto: «las clases de humildad».

—Qué original —mascullé llevándome un trozo de pan a la boca.

—No puedes obligarla a tomar clases después de las clases, Alden, no tienes corazón.

—Ah, tranquila, Jay, a Beca le encantan los experimentos, ¿cierto Becca? —provocó.

El trozo de pan se atascó en mi garganta de pura impresión. ¡Ese hijo de...! ¡Era un...! ¡Agg! ¡Era Alden! No existía un insulto tan grande como para englobar toda su horrible y maquiavélica personalidad.

Jailin hizo ademán de querer ayudar, pero Alden lo detuvo con un gesto, indicándole que sería mejor que tomara asiento y esperara, acción a la que Jay, accedió con obediencia.

La química del amorWhere stories live. Discover now