Capítulo 8

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Jailin me llevó a frikilandia a conocer la rareza en su máximo esplendor y lo hizo pasar por un club de teatro. Lo sé, lo sé, yo no soy la persona más indicada para calificar a alguien de raro o friki, cargándome un nombre de elemento químico, siendo la rata de laboratorio de un experimento reciente y viviendo el noventa por ciento de mi vida bajo tierra en el CIC. Pero cuando un chico delgado de cabello afro comienza a pedirte tu autógrafo, asegurando a sus amigos que eres la reencarnación de la princesa Escarlata y que los productores le habían mentido al decirle que era solo ficción... Bueno, eso pone todo en perspectiva.

—Lo siento tanto —se disculpó Jailin al salir del teatro—. Él por lo general, no es así.

La pobre Jailin se veía tan apenada que no pude odiarla por treinta minutos enteros, incluso un poco de simpatía comenzó a crecer dentro de mí. Ahora estaba molesta conmigo por eso. Sentir empatía por las personas a mi alrededor no era nada bueno. En el proyecto era fundamental que mi mente se mantuviera fría y neutral si no quería terminar involucrada con los participantes. Me obligué a pensar en las ratas enjauladas con reacciones de parálisis en los laboratorios a causa de dosis excesivas de insulina, y entré en razón. No podía volver a sufrir como lo hice a los siete años con esa práctica de hipoglucemia, recordaba el dolor de la pérdida como si esas tres ratas hubieran sido mis mascotas de toda la vida. La ciencia era dura y valía más no aferrarse a la vida en un proyecto, y no porque fuera a perder a Jailin o a cualquier estudiante, pero sabía que aquella no era mi universidad, no era mi ciudad y esa no era mi casa. Todo terminaría en seis meses.

Sonreí.

—¿Quieres decir que por lo general no corta el cabello de las chicas con tijeras de jardinería para hacerse un medallón?

Esa fue la peor parte. Era un mechón pequeño, pero era el mechón de delante. Ahora caía libre sobre mi frente y llegaba hasta mi mejilla. No era para hacer un escándalo, pero en serio creí que me iba a sacar los ojos cuando vi las tijeras así de cerca de mi cara.

Jailin se cubrió la cara con ambas manos y negó con la cabeza.

—Te juro que lo arreglaré.

Reí con simpatía y me encogí de hombros restándole importancia.

Apenas logré esquivar el cuerpo fornido de uno de los chicos que corrían por los pasillos de la universidad. En el cambio de clases el lugar se atiborraba hasta vomitar humanidad. Sin duda sería algo a lo que tardaría en acostumbrarme. La adaptación como única moneda de cambio para la supervivencia de la especie, me daba la espalda en un momento así.

—Sabes, creo que puedo manejarlo.

—¿En serio? ¿Cómo estás tan segura?

—Mi padre es medio geek y mi tío Roney es un friki total —admití—. Aprendí a controlar la situación.

Ella rio por lo bajo y negó con la cabeza.

Incluso su risa era adorable. Entendía un poco el encanto y la fascinación con la que Alden la vio en aquella sala del piano.

—¿Sí? Pues mi hermano es un prodigio fanático de la ciencia, mi padre es un loco que vive pegado a una pipeta todo el tiempo y mi madre es una pianista efusiva que come, sueña y respira música —contrarrestó—. Te gano.

La miré confundida.

—Si tu madre es pianista, ¿por qué no tomas el lugar en el club de teatro?

Jailin suspiró y se pasó la mano por los cabellos apartándolos de su cara con brusquedad. Genial. Incluso cuando sus mechones caían desordenados detrás de su cabeza se veía adorable. Envidié la naturalidad con la que podía parecer hermosa sin siquiera intentarlo.

La química del amorWhere stories live. Discover now