Capítulo 23

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Odiaba perder mi privacidad de aquella manera, odiaba tener que correr a escribir todo en un informe que ni siquiera escribiría yo, pero era parte el proceso. Necesitaba que Alden documentara cada cambio progresivo en el experimento, así que, a regañadientes, me puse en marcha hacia la casa de Alden a mitad de la mañana.

Esperé a que Alden abriera la puerta, pero no lo hizo. Llamé varias veces y no respondió. Alden era un loco enfermo del control y las respuestas prontas y oportunas eran parte de eso, así que nunca creí que llegaría el día en el que alguien tuviera que llamarlo en más de dos ocasiones.

No había manera de que Alden se retrasara.

Bueno, no hasta que sucedió.

Giré la perilla de la puerta para abrirla y funcionó. Alden jamás dejaba la puerta abierta, así que entré esperando encontrar un cadáver a mitad del pasillo. En cambio, encontré un montón de ropa, zapatos y cobijas abandonadas sobre los sofás, una cocina que Alden (amo y señor supremo de la pulcritud) jamás habría permitido que permaneciera tan abandonada. Las luces encendidas a mitad de la mañana y la leche fuera del refrigerador dispararon una alerta en mi cabeza.

Corrí escaleras arriba llamando a Alden una y otra vez, sin obtener una respuesta. Finalmente, cuando llegué a la habitación principal y encontré un cuerpo tendido boca abajo con medio cuerpo desnudo sobre la cama, suspiré aliviada un par de segundos. Solo un par de segundos antes de que una nueva alarma se disparara dentro de mí obligándome a correr hacia la cama a tomarle el pulso al cuerpo.

—Estoy vivo —anunció cuando retiré mis dedos de su carótida.

Bueno, al menostuvo la decencia de permitirme terminar el conteo. Me habría dado un susto de muerte si de pronto comenzaba a hablar a la mitad de mi trance analítico.

—Tienes fiebre. —Coloqué mi mano sobre su frente como hacía Sophie siempre que Linuscomía demasiado chocolate—. ¿Tienes un termómetro?

Alden no respondió, apenas abrió los ojos y asintió antes de volver a quedarse dormido.

—Maldición —mascullé mientras corría al baño en búsqueda del botiquín.

Cuando encontré el termómetro corríhacíaAlden de regreso y, sin esperar a que abriera los ojos y me diera alguna especie de autorización con un gesto, coloqué el termómetro dentro de su boca.

—¡Auch!

—Cállate.

Alden me examinó un par de segundos, clavando su mirada zafiro sobre mí sin ninguna modestia. Me habría encogido ante su escrutinio si no hubiera estado tan preocupada por enterrar un cadáver o llamar una ambulancia dentro de poco. O ambas.

Alden rio.

—Berly, estoy bien...

Lo miré molesta.

—Cállate, vas a alterar los resultados.

—Yo ya hice...

—¡Silencio!

Él rodó los ojos y reclinó la cabeza nuevamente sobre la almohada para tomar otra pequeña siesta. Funcionaba mejor para mí. Cuando uno de los dos estaba callado o inconsciente el ambiente era mucho más llevadero y los índices de supervivencia se elevaban para ambos.

Tiempo suficiente. Tomé el termómetro sin mucha delicadeza y suspiré ante el resultado.

—Tienes fiebre, pero el resto de tus signos vitales están... ligeramente en orden —diagnostiqué agitando nuevamente el termómetro.

La química del amorDär berättelser lever. Upptäck nu