Capítulo 27

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Arrojé mi mochila sobre el pupitre y me dejé caer sobre la silla como si no hubiera tomado un descanso en años.

La clase de Alden estaba por comenzar, a pesar de eso, las personas no dejaban de clavarme la mirada desde sus sitios, algunos sonreían, otros me clavaban dagas con las pupilas y un grupo pequeño solo me ignoraba.

Quería unirme a ese grupo.

Lamentablemente, mi suerte no parecía tener intención alguna de pulirse ni un poco, puesto que, al instante, un muy molesto Harry entró clavando la mirada envenenada en mi pupitre. Tenía la apariencia de querer arrancarme la cabeza, su paso no había disminuido un poco y conforme se acercaba, podía ver la creciente frustración en sus pupilas.

Creí que iba a atestarme el puño en la cara en cuanto cruzara por mi camino, pero no fue así, en cambio, se limitó a pasarme de largo sentándose dos filas por detrás de mí, del lado opuesto.

Suspiré aliviada.

Buena parte de la clase la pasé ideando un montón de planes para poder evadir las preguntas de las personas que se dispusieran a investigar, en caso de que así lo hicieran. No era que creyera que las personas iban a darle demasiada importancia a lo que pasó frente a la máquina expendedora, de hecho, esperaba que no fuera así, pero siempre valía más estar precavidos.

Al poco tiempo mi mirada se clavó en el paisaje. Era increíble que los árboles aun conservaran varías de sus hojas. Tenían resistencia, ese era un mérito que debía reconocerse.

En el exterior, las ramas de los arboles repiqueteaban contra el cristal de la ventana junto a mí y, el viento al romperse contra ellas, producía un chillido de película aterradora. El clima prometía helarle los huesos a cualquiera.

La risa sin gracia de Harry me sacó de mi ensimismamiento y me trajo de regreso a la tierra.

—¿Y usted acepta la teoría de la divinidad? —preguntó cruzando los brazos sobre el pecho.

Alden frunció el ceño y suspiró como si internamente invocara toda la tolerancia que no había invocado en años. Podía entenderlo un poco. En el CIC era frustrante tener que explicar el funcionamiento de todo alrededor a los nuevos reclutas, pero terminar dando clases fuera del CIC para chicos que ni siquiera sabíamos si tenían un futuro dentro de las ciencias, era desquiciante, principalmente cuando se cargaban con esos aires de grandeza que le transpiraban a Harry siempre que abría la boca.

—No es el objetivo de la clase ahondar en temas de religión o astronomía —respondió tajante, girando de vuelta al pizarrón.

—Fue usted quien comenzó diciendo que la farmacología de los antidepresivos era tan extensa como las teorías del origen del universo —incriminó dejando caer la espalda sobre el reposo de la silla—. Habla de que los efectos adversos se hacen presentes en algunos individuos y en otros no, sin embargo, estos son efectos aceptados por la práctica médica. Además de eso utiliza como analogía las teorías sobre la creación del universo, lo que quiero decir con esto que debería cuidar sus palabras. El uso de la astronomía es una analogía errónea.

¿Pero qué demonios le pasaba a ese hombre? Había llegado echando chispas desde nuestro encuentro en el corredor, había pateado la mochila de Peter al caminar junto a él para llegar a su lugar, pero arrojar todo su furor vuelto una bola de fuego frente a la clase no era la mejor de las ideas.

No con Alden.

—Usaba la analogía para explicar que en las ciencias es imposible obtener un solo resultado en cualquier área. —La mirada de Alden se volvió analítica, era la clase de mirada que usaba en cada ponencia: una mirada profesional, activa y decidida—. No se ha creado todavía un fármaco tan específico, un fármaco que únicamente cumpla un objetivo sin reacciones adversas, de igual forma que no se ha creado solo una teoría sobre el origen del universo, ni una sola teoría sobre la creación.

La química del amorWhere stories live. Discover now