Capítulo 30

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Abrí la puerta sin esperar a llamar desde el otro lado. El dolor en mi cabeza seguía latente debajo de mi piel y me dolía cada articulación que alguna vez fue móvil. Tenía que hacer un enorme esfuerzo para no caminar con las piernas abiertas como un gorila cada vez que daba un paso y mi rodilla no dejaba de doblarse de vez en cuando, pero nada de eso importaba. Yo había ganado la competencia, así que el cuerpo machacado quedaba sobrando.

—¿Berly?

Alden se encontraba sentado en el sofá de la sala principal, analizando bitácoras, mapas y artículos científicos. ¡Dios, extrañaba tanto hacer eso!

—Tenemos un problema —informé al tiempo que me dejaba caer sobre el hermoso, cómodo y acolchado sofá en la sala.

La noche había caído sobre la ciudad, la competencia había tomado más tiempo del que había imaginado. La verdad es que Gael era un hueso duro de roer, tenía que admitir que tenía bastante coraje y no se rendía con facilidad.

—Sí, eso veo. ¿Qué te pasó en la frente? —preguntó de camino hacia mi costado, donde se dedicó a la tarea de quedarse de pie apartando los mechones de cabello que me cubrían vanamente el golpe y lo inspeccionaba con atención.

Solté un gruñido cuando su pulgar presionó libremente y avivó las palpitaciones que apenas iban cesando. De un manotazo le parte los dedos de mi frente.

Alden se cruzó de brazos y arqueó una ceja esperando una buena explicación.

—Gael cayó sobre mí. Fue un accidente —me apresuré a aclarar—, yo perdí el equilibrio.

—¿Por qué no fuiste a la enfermería? —Entrecerró los ojos.

—Porque no estaba en la escuela. Yo... en realidad no fui a ninguna clase después de la primera. —Cerré los ojos esperando a que comenzara a gritar por toda la sala, que me recordara la falta de responsabilidad que había mostrado ese día, que me dijera que mantener un perfil bajo era fundamental y siendo castigada otra vez no iba a poder hacer eso, pero nada de eso pasó.

En cambio, desapareció de la sala en un abrir y cerrar de ojos, literalmente. Ya no sabía que era peor: enfrentarme a su indiferencia o a su ira descarriada. Creo que al menos la ira descarriada me permitía entender un poco más el alcance de mis acciones.

—Alden, yo...

Salió del baño con un frasco pequeño color blanco y me pidió con un gesto de la mano que lo dejara para después. Se acercó a mí y me inclinó cuidadosamente la cabeza hacia atrás levantando mi mentón hacia arriba con las yemas de sus dedos cálidos.

—Alden...

—Cállate —ordenó mientras depositaba un poco de pomada en sus dedos para humectar mi frente después.

Su tacto cálido enviaba escalofríos por mi espalda, no pude evitar que un estremecimiento se me escapara provocándole una pequeña sonrisa de autosuficiencia.

—Siempre tienes las manos calientitas —dije.

—¿Manos calientitas? —preguntó sin interés, mucho más concentrado en tomar una nueva porción que distribuyó en círculos sobre la lesión.

Asentí levemente, arrepintiéndome al instante de haberlo hecho.

—Como entre treinta y seis y treinta y siete grados centígrados —calculé.

Él sonrió levemente y me dedicó una mirada fugaz, pues su concentración estaba toda en la lesión sobre mi frente.

—¿Siempre tienes que medirlo todo?

La química del amorWhere stories live. Discover now