03

34.9K 2.7K 396
                                    


RAISA

Apenas fallecidos mis padres, nos trasladamos a Londres. No tenía amigas, y tampoco conocía muy bien el idioma porque nací en Francia. También solía almorzar sola en el jardín, bajo un árbol, del cual, un día, un gato no pudo bajar.

No sé cómo llegó hasta ahí porque todo el tiempo estuve sentada bajo las ramas, pero de repente lo escuché maullar.

Fui en busca de un maestro con el cual difícilmente pude comunicarme, pero que, después de llevarlo a tirones, contempló las ramas secas durante un par de minutos, se agachó en frente de mí, y lo único que entendí de todo lo que me dijo fue: "Está bien si solo juegas". Luego se fue y el gato siguió ahí, maullando, como si él tampoco supiera cómo diablos llegó hasta ese lugar.

En mi inocencia me vi en el apuro de ayudarlo por mi propia cuenta. "Baja de ahí", le repetía, sin comprender por qué el resto de pronto empezó a mirarme con recelo.

No me importó.

Finalmente me las ingenié para subir hasta la rama más alta, y justo antes de alcanzarlo, en frente de mis ojos y entre alguna clase de humo negro, lo vi desaparecer.

Desde entonces el resto teme de mí, y yo, del mundo que soy capaz de ver.

Prince no se ha separado de mi lado desde aquel día. Aparece cuando le apetece jugar, tiene ganas de usar mis piernas para dormir, o simplemente se frota para que le acaricie la cabeza. Tiene un humor bastante particular, aunque la mayor parte del tiempo no teme mostrar su irritación por todo lo que le rodea. Y por supuesto, así como ahora, cuando me mira con esos ojos amarillos durante mucho tiempo y lo noto, tiendo a ponerme un poco nerviosa. ¿En qué estará pensando?

Leire no sabe acerca de mi problema con los no vivos, tengo miedo de contárselo y conocer su reacción. De esta manera aprendí que es mejor ignorarlos, pues si alguno se da cuenta de que yo, una persona viva, puede verlos, no me dejarán en paz hasta conseguir lo que quieren. Como sucede con este gato, que por obvias razones no puedo saber lo que necesita para alcanzar el otro lado.

Otro lengüetazo en el brazo.

Lo empujo, pero entonces me muerde con fuerza, y antes de quejarme, da un salto fuera del sofá.

Me levanto con la intención de echarlo, pero antes de dar un segundo paso, me detengo para contemplar los fragmentos de cristal esparcidos por todo el suelo y debajo de mi pie izquierdo. Levanto el talón, y una gota carmesí salpica los tablones lacados.

Suelto un improperio mientras me dejo caer sobre el sofá otra vez. Pronto, busco la manera de extraer el cristal de mi talón. Por suerte no parece nada grave.

¿Cómo pudo pasar? ¿De dónde salieron?

Levanto la mirada en busca de una explicación, y la encuentro de inmediato. Prince debió botar el vaso con agua mientras dormía, y ¿tengo el sueño tan pesado como para no haber despertado por el ruido? Ese sueño húmedo debió sumergirme hasta lo más profundo.

De nuevo me siento asqueada. Es un gato por el amor de dios.

Prince da otro salto, esta vez hasta un aparador, arrojando una pila de libros al suelo. Se acerca con sigilo, caminando con extremo cuidado sobre los cristales, esquivándolos con desenvoltura hasta detenerse en frente de la gota de sangre. La olfatea, y finalmente lame.

—¡Eso no se hace! —lo regaño, pero me ignora por completo y no se retira hasta que ha terminado de limpiar la mancha.

Normalmente los gatos no hacen algo como eso, pero claro que este no es un gato común y corriente.

Amando la Muerte ✓Where stories live. Discover now