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RAISA

El resto del viaje es con los nervios a flor de piel, aunque mi mente resabiada no ha dejado de pensar en lo que dijo Scott minutos atrás. Leire podría tener una idea sobre los ángeles, pero ¿qué tanto sabe? ¿Por qué jamás me habló de nada?

Me siento un poco disgustada, sin embargo, no tengo el derecho. También le oculto cosas, como por ejemplo, poseo la capacidad para ver a los muertos desde que hago uso de razón, tengo un gato demonio por mascota, aunque no por gusto. Conocí a Scott días atrás, y Etta intenta matarme por algún motivo que desconozco.

—Recuérdame jamás volver a viajar contigo al volante. —Bajo del coche, tambaleándome un poco al comienzo. No tengo talento para los zapatos altos—. Creí que moriría el día de mi cumpleaños.

Mi estómago es un caos, y el malestar se extiende hasta mis extremidades. Lo compruebo cuando levanto el bolso y siento que está más pesado de lo que recordaba. Demasiado. Es como si trajera conmigo un ladrillo en su interior.

—El treinta y uno de octubre no es una fecha que los ángeles idolatren por razones obvias, pero es tu cumpleaños. —Incluso puedo oler la ironía en sus palabras.

Por otro lado, me resulta curioso que jamás lo haya escuchado incluirse cuando habla de los ángeles, aunque tampoco me atrevo a preguntárselo. Sé que lo molestará, y ya estamos aquí.

Avanzamos sobre la vereda hasta que la hermosa fachada entre una mezcla victoriana y gótica aparece detrás de un muro de piedra. La calle a nuestras espaldas está colmada de automóviles que, asumo, le pertenecen a los invitados.

La casa de Daisy es preciosa y muy sobria. Primero nos recibe un camino de piedra en medio de un jardín que conduce hasta tres escalones de piedra en frente de la puerta principal. Posee aleros decorados y cubiertas muy inclinadas. También parece luminosa puesto que sus ventanas principales son amplias.

La decoración de la época tampoco falta. Hay calabazas, telarañas, calaveras muy reales, murciélagos, e incluso se tomaron la molestia de instalar tumbas en el jardín. También hay luces que iluminan su casa con figuras sombrías.

Por otro lado, la música que suena en su interior, seguramente retumba en toda la cuadra.

Sé que Daisy no es londinense, de hecho, su familia nació en Estados Unidos y se mudaron aquí un año antes que yo, por este motivo sus costumbres son tan fervientes.

En el pórtico hay huesos roídos y velas negras encendidas que dan mal fario.

—Parece la entrada al infierno —comenta Scott.

—No me digas que te asusta —bromeo.

—Para nada. Resulta que, tan solo por este día, los demonios no tienen miedo a manifestarse.

Me detengo en seco y Scott hace lo mismo.

—¿Bromeas? —Intento controlar el inesperado deseo por correr de regreso al auto y volver a casa.

—Fuiste tú quien pidió venir.

—Pudiste advertirme.

—Si quieres regresamos —propone.

Ahora pienso que su propósito es asustarme para volver al hotel.

—¡Scott! —Una voz cantosa emerge desde el interior de la casa y, poco después, una Daisy fascinada salta sobre Scott, quien no duda en apartarse, ocasionando que por poco choque de frente contra mí. Por suerte consigue frenar a tiempo.

Daisy usa un vestido muy corto de un rojo intenso, tacones de punta, una cola que cuelga de su cintura, y cuernos de diablo.

No sé qué es lo que tanto me fastidia. No debería tomarme la molestia de aborrecer el hecho de que ambos lucen a juego. Aunque Scott tan solo viste como le gusta, completamente de negro, con jeans, botines y sudadera seguramente robados de alguna tienda. En realidad son los cuernos de animal, y el papel de diablo, lo que me incomoda.

Amando la Muerte ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora