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RAISA

—¿Qué diablos fue eso? —protesto cuando Scott y yo entramos en el Lobby del hotel.

Desde que el partido finalizó, no hemos cruzado palabra, principalmente porque me apresuré a escapar con la cabeza convertida en un completo caos.

—Hizo trampa, tú lo viste.

—Es un demonio, y tú, un ángel muy ingenuo. No. De hecho ambos lo somos, tú y yo —corrijo. Ahora sé que ellos van un paso por delante de nosotros.

De camino al hotel, algo me dijo que su objetivo no era conseguir esa estúpida cita, sino más bien introducir toda esa cantidad de basura en mi cerebro, infectándome los pensamientos.

—Sabes bien que no te dejaré sola. Esa cita no se llevará a cabo. Fin de la historia. —Ahora está molesto.

—Ese no era su propósito. —Freno y él lo hace después de mí.

—¿River? —pregunta. Nos habrá visto hablando en los graderíos mientras él se encontraba danzando en el campo como una bailarina—. ¿Le preguntaste?

Había olvidado que debíamos aclarar la incógnita sobre el dibujo y el muñeco.

—No pude —admito.

—Debiste sacar provecho —me riñe, y odio admitir que tiene razón. Pude haberle preguntado al respecto, pero no lo hice—. ¿De qué hablaron entonces?

Abro la boca para contestar, sin embargo no sé qué decir.

—¿Por qué piensas que los de arriba te enviaron conmigo? —Mi pregunta le resulta confusa.

—Tan solo sé que no tiene que ver con un simple castigo. Ellos no tienden a dar explicaciones, no más de las necesarias. Lo hacen porque Todopoderoso lo ordena y ya. ¿Por qué lo preguntas?

—Mi padre es un ángel, y mi madre una humana —repaso con toda la calma que soy capaz de manifestar, aunque por dentro la verdad es que me encuentro casi al borde de la desesperación.

Scott me toma del brazo y me arrastra hasta las escaleras, sitio en el que, contrario al Lobby, permanece completamente vacío.

Cuando me suelta camino hasta la pared más cercana, en busca de apoyo.

De tan solo volver a recordar la conversación que mantuve con River, el estómago y la cabeza me dan vueltas.

—¿De qué hablaron? —insiste.

—Samael es mi padre —suelto y hay un gran silencio, pero no parece del todo sorprendido—. Acaso... ¿Tú también lo sabías?

—Tenía mis sospechas, pero no quería creer que fuera cierto en realidad —confiesa.

Algo me oprime el pecho, robándome el aliento y enfriando mi cuerpo.

—Fue mi culpa que los demonios más temibles escaparan del infierno —suelto.

—¿De qué hablas?

—Llevo la sangre del rey del infierno.

Inesperadamente lo tengo en frente de mí, con sus manos apretándome los hombros y mirándome fijamente.

—Desvarías —indica—. Cálmate.

—No deberías estar conmigo —anuncio, pero a cambio tan solo recibo su sonrisa.

—Vale. ¿Qué importa si el rey del infierno es realmente tu padre? Posees la sangre de ese mismo ángel supremo.

—¿Ángel supremo?

Amando la Muerte ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora