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RAISA

El domingo no fue un día envidiable.

Por la mañana me enfrenté a Etta, quien entró a la cocina como si nada lo hubiera poseído días atrás. Me costó trabajo fingir que todo estaba bien y vencer el impulso por salir corriendo. Creo que no superaré esa vez en la que me arrojó un hacha de cocina, o cuando intentó ahogarme en la piscina. Me resulta imposible estar bien con él. Se me da mejor evitarle.

Pero ¿por qué no me siento así con Prince?

Lo estuve pensando durante todo este tiempo, y en algún momento sentí miedo de lo que podía hacer, pero después de tantos años, sé bien que, aunque lo intente, no podré escapar de él. Es agresivo, asesinó a una mujer —caso que todavía no han resuelto al no encontrar ninguna pista—, ayudó en el exterminio de un demonio, y me ha salvado un par de veces. Según sus acciones, todavía no puedo calificarlo como alguien malo.

Durante la tarde de ese mismo domingo, aprovechando que el jardín trasero se encontraba prácticamente vacío, entrené con Nil en la piscina otra vez. Luego de innumerables intentos cayendo al agua templada, por una vez conseguí permanecer de pie ocho segundos sin su ayuda. Dijo que la siguiente vez haríamos algo más complicado, antes de que el otoño alcance su auge avanzado y entonces empiece a nevar.

Entrando la noche, después de terminar mi tarea, le platiqué a Scott acerca del muñeco y el dibujo que encontré en mi casillero. Fue entonces que se le ocurrió la no tan maravillosa idea de hacer hablar a Prince.

Y por supuesto, no funcionó.

Era de esperarse que, cuando Prince se presentara, lo hiciera por la noche y luciendo como un gato. No permitió que Scott se le acercara. Se puso tan agresivo que Scott amenazó varias veces con rebajarse a su nivel. Al final tuve que obligarlo a desistir.

Pero esta mañana, mientras tomaba una ducha y me preparaba para ir a clases, se me ocurrió una idea descabellada.

—¿Intuyes que están relacionados porque en la fiesta los viste desaparecer juntos? —me pregunta Scott mientras caminamos a través del pasillo en dirección al aula. No se toma la molestia de disimular lo estúpida que mi idea le resulta.

—Es un presentimiento.

—Entonces ¿qué? ¿Te acercarás a Drac y River, dos demonios, para preguntarles si de casualidad saben algo acerca de un muñeco mal confeccionado y el retrato dibujado por algún crío?

—No. —Me detengo junto a mi escritorio y tomo asiento después de acomodar mi mochila en el suelo—. De eso te encargarás tú.

Asienta las manos en mi mesa, inclinándose un poco para hablarme entre susurros y, a la vez, sonar tan cretino como le gusta:

—¿El entrenamiento te sentó mal en la cabeza?

—Escucha, les tengo pavor —confieso, y cuando su expresión se ablanda, me parece que por ese lado podré convencerle—. Además, te invitaron a formar parte del equipo de fútbol.

—Pero claro que no lo haré.

Ante la necesidad de tomar distancia, me deslizo junto a mi silla hacia atrás.

—Oh, por supuesto que lo harás.

—¿Haces esto por agradarle a ese perro sarnoso?

Me toma un momento caer en cuenta que habla de Drac.

—¿Qué parte del "les tengo pavor" no entendiste? —le imito entre dientes.

—No sé... ¿La que bailabas abrazada a él? —Se endereza con aburrimiento y su sonrisa autoritaria.

Amando la Muerte ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora