30

16.2K 1.5K 544
                                    


RAISA

Siento un escalofrío en el pecho que me recorre hasta la espalda, y luego el cuerpo entero a plenitud. Algo me tiene intranquila mientras ojeo las revistas de decoración de hogar del mes pasado que yacen en la sala, sobre la mesita de centro.

En ningún momento dejo de sentirme incócoma, ajena al recordar que tenía un hogar con Leire y Nil en el hotel Arcadia, pero que ahora estoy aquí, sin razón aparente, en compañía de tres de mis cuatro compañeros de infancia.

Una parte de mí quiere volver con ellos, pero la otra se siente muy a gusto y no tiene deseos de marcharse.

Lo peor es la sensación que se arraina en mi pecho, esa de haber olvidado algo, pero no sé el qué.

Avanzo hasta la pequeña y arcaica cocina, mientras intento forzar mi cabeza ya adolorida por el esfuerzo de recordar, pero al llegar a mi destino, me doy cuenta de que estoy acariciando mi vientre con mayor ímpetu.

Suspiro.

Tengo hambre.

Drac y River se han marchado hace un par de minutos en busca de comida. Pese a que esta casa es suya y tiene un aire anticuado apropósito, no guardan ningún alimento más que galletas de avena empalagosas y té verde. Nada suficiente para satisfacer mi necesitado estómago.

Aún sabiendo que no encontraré mucho más, nace en mí el impulso por comprobar que estoy equivocada y empiezo por examinar la nevera. Al cabo de un momento no encuentro nada y tampoco es una sorpresa.

Pienso seguir con las alacenas. Y aunque ya las abrí minutos atrás, mantengo la esperanza de que pronto aparecerá algo, que quizá habré pasado algún alimento por alto. Pero mientras avanzo, es cada vez más decepcionante la realidad que acaece.

Desahuciada volteo, y al levantar la mirada encuentro a Prince de pie en la entrada de la cocina. No hace más que mirarme sin ningún disimulo. Antes era fácil pasarlo por alto, ahora no. Su mirada es penetrante, oscura y fría, como si pudiera ver más allá de lo que tiene justo en frente. Y pensar que ha hecho esto desde que Drac y River se marcharon, consigue ponerme la piel de gallina.

Volteo nuevamente y respiro hondo, recordando aquella primera vez en la que dibujé a Prince. Como fue el primero de todos, lo hice basada en un ideal inocente e inconsciente de mi cerebro. Lo más atractivo que jamás pude imaginar.

Eso es.

La muerte, para mí, por aquellos días había sido un atractivo, porque vi una gran parte de almas ahí abajo que fueron condenadas por ella. Sí. La muerte incitó a muchas de ellas, algo así como un hechizo oscuro y seductor, algo atrayente que capturó su interés ciegamente, haciéndolas perder el juicio y la razón.

Mi mente astuta de tan solo 7 años de inmediato imaginó al hombre hermoso, frío, perturbador e imponente que tengo justo en frente, aquel que con tan solo una mirada es capaz de desarmarme y me pone a temblar.

Las comisuras de mis labios se elevan en una mueca que es lo más parecida a una sonrisa.

Sé por qué razón conmigo funciona de esta manera, pues como Prince estuvo basado en mi ideal, todo ese hechizo oscuro que lo describe toma repercuciones en mí, cuando, para el resto, bien puede ser diferente.

Y fui yo quien lo creó.

Mas no fui capaz de que Prince cause el mismo efecto que produce en mí, en el resto del mundo. Algo así es un imposible, un sueño tonto, ahora lo sé.

—Raisa. —Su respiración hiela mi nuca, y al voltear lo encuentro a tan solo centímetros de distancia, así retrocedo. Pero él, dentro del mismo segundo, sitúa su mano en mi cintura y tira de regreso, acercándome, consumiéndome cuando, gracias a su estatura, mi mentón choca con su hombro y permanezco así, inmóvil y sin el poder para moverme un solo centímetro.

Amando la Muerte ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora