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SCOTT

Libertad es la palabra que arrastra mis sentidos de vuelta y desde la más profunda oscuridad, como si alguien me hubiera sacado de donde sea para empujarme a través de un puente, directo hacia un turbulento mar: sus ojos.

Raisa me está mirando como si estuviera preguntándose por qué. Es una expresión espantosa, como si sufriera de la peor manera.

Cuando intento descifrar lo que sucede, la voz de Prince se manifiesta como un recuerdo en mi memoria, junto con ese primer beso de Raisa que acelera mi corazón.

¿La quieres?

¿Qué es este sentimiento que envenena pero al mismo tiempo endulza mi alma?

De repente ella se tambalea un poco, sus ojos se vuelven turbios y su semblante se pierde en la inmensidad del espacio. Poco después, su cuerpo se aparta de mí y cae de espaldas convertida en un bulto.

El impacto de la situación me oprime el pecho, llevándose todo de mí, haciéndome dudar de lo que veo.

Es imposible.

Está muerta.

No puede ser...

Raisa está muerta.

Y es mi culpa.

¿Qué fue lo que hice?

Empiezo a profesar tan terrible dolor que me lleva a pensar que tal vez estoy herido y delirando, pero no es nada parecido, ni siquiera tiene comparación a cualquier lesión superficial, es mucho peor porque viene de adentro, desde lo más profundo, y alguna vez escuché que ese tipo de daños no tienen cura. He visto que los humanos aprenden a vivir con ellos, pero por mi parte, estoy seguro de que no seré capaz.

Desde que Raisa apareció en mi vil existencia, me fui convirtiendo en un ser débil e inútil. No. Eso, al parecer, ya lo era. Me convertí en algo mucho peor: un demonio.

Mi aliento se transforma en sollozos de profunda agonía.

Este es mi calvario.

Esto es lo que merezco por en realidad ser Eso que siempre aborrecí. Jamás debí escupir al cielo, porque evidentemente todo me cayó en la cara.

De pronto un nudo se establece en mi garganta, impidiendo el paso del aire a mi sistema.

El dolor en mi interior se intensifica cada vez más. Y el silencio que viene un momento después de que mis ojos descubren al causante, lo convierte todo en un suplicio, porque la prueba yace en mis manos manchadas con su sangre.

Es una especie de sentimiento extraño el que hormiguea en mi piel y se entierra en lo más profundo de mi corazón, como una estaca.

Todo después transcurre lento, o muy rápido.

Caaigo de rodillas.

¿Qué hiciste?, me pregunto.

No entiendo nada.

—¡Qué fue lo que hiciste! —grito.

—¿Querías protegerla? —Calev se burla dentro de mí—. ¿A caso le tomaste aprecio?

¿Aprecio? Es algo incluso más significativo que eso, todavía más fuerte que el cariño.

—Sí —exhalo con asfixia—. Sí, sí, por un demonio ¡sí!

—Pues mira bien. Pues esto fue a lo que nos llevó.

No.

—¡Basta!

Amando la Muerte ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora