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BESO



Un beso.

El primero.

En mi época de internado muchas de mis compañeras se reunían a hablar sobre sus romances clandestinos, intereses en su cuerpo, del desarrollo voluptuosos en lugares donde todo era plano... Experimentar, básicamente. Algunas hablaban de su primer beso, otras sobre su experiencia en el sexo. Leían revistas de chicas con consejos sobre conquista, veían videos porno a escondidas, se encerraban en los del baños del tercer piso para fumar hierba mientras jugaban a besarse. Mientras muchas vivían su sexualidad al límite, yo me mantenía al margen. ¿Besos? ¿Cambios hormonales? ¿La palabra con P? Me avergonzaba solo con pensar en que mi cuerpo comenzaba a adaptarse a una vida de mujer.

Al salir entendí mejor mi cuerpo, mas seguí apartada de todo lo que tenía que ver con experimentar. Mi interés por el amor romántico se convirtió en una espera que facilitó mi motivación para colocar en mi dedo un anillo de castidad. No me interesaba tener una pareja, ¿cuál era el problema con hacer tal compromiso? Ninguno. Además, lo hacía como un acercamiento a la voluntad de Dios, y me sentía bien con ello.

También estaba ese compromiso conmigo misma que alguna vez hice hablando con la abuela. Si llegaba a pasar mi beso, mi enamoramiento, mi momento de relación con otra persona, ese sería con alguien que quisiera o amara, y porque realmente nacía de mí. Sin embargo, en una situación como con la de Dhaxton, no me quedaba de otra que faltar a dicho compromiso.

—¿Cuándo pasará? —pregunté, ya con la mezcla de sensaciones profundas en mi estómago.

—Hoy —respondió, regresando al frente—. Te veré en la biblioteca a la hora del almuerzo.

La clase pasó como una película aburrida del cine que no quieres dejar de ver porque el dinero no se puede desperdiciar. Yo no estaba pagando por estudiar en LeGroix, era una de las privilegiadas becadas, pero no por ello era libre de marcharme. Tener que permanecer junto a Dhaxton era un martirio de pensamientos laberínticos de los que no podía escapar, y todos acababan en el beso que le debía a mi silencioso compañero de asiento.

Mi situación a los chicos debió parecerle más interesante que La Gioconda y más intrigante que Las meninas, pues apenas acabó la clase, los tres se reunieron para interrogarme —sin ninguna clase de prudencia— sobre mi nefasto encuentro con a quien empezamos a llamar el chico A.

—¿Qué pasó con el video? —Sol fue la primera en preguntar. Se pasaba las manos por los bolsillos en gesto ansioso. Lucía mucho más conflictuada que yo, aunque era de entenderse, no tenía idea de qué me había pedido Dhaxton a cambio.

—Apenas llegué me lo enseñó —comencé a explicar—. No dijo nada, solo colocó su celular sobre mi mesa con la grabación minutos antes de que llegáramos. En una de las esquinas aparezco yo con la piedra; la lanzo y espero. Pensé que allí aparecerían ustedes pero el video se corta —me dirigí a Grey—. La grabación solo me tiene a mí. Tenías razón con lo de la piedra.

Grey formó un puchero como arrepentimiento y pronunció en un tono bajo sus disculpas.

—¿Y qué te pidió a cambio de las reparaciones del auto? —curioseó Logan.

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