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INTENCIONES OCULTAS


La minúscula luz de la lamparilla que reposaba en mi velador apenas lograba alumbrar las hojas de mi cuaderno. Estudiaba para una prueba de Historia del Arte, una de las más importantes del semestre, y en mi cabeza no cabía ningún pensamiento ajeno al tema de Agnes, Dhaxton y Seth. Por más que tratara de concentrarme en mis estudios, la carta y las notas invadían mi cabeza. Eran las tres de la madrugada, tenía sueño, deliraba entre la confusión y el nerviosismo. Decidí hacer algo al respecto; me levanté con cuidado, procurando no despertar a Lucy, y busqué la carta de Agnes con las notas para ponerlas bajo la luz de la lámpara.

¿Había algo que tuvieran en común? Solo que estaban escritos en papel y con tinta, una absurdez nada más. No veía letra similar, no notaba una forma semejante en su narración. No veía nada.

Me di vuelta en mi cama y quedé boca arriba, con el techo sobre mí y las sombras del cuarto agrandándose por la luz nocturna que entraba por la ventana.

Si no podía estudiar, lo mejor era intentar dormir.

Pero en eso se quedó: en un penoso intento.

Me levanté para ir a la cocina, una especie de comedor gigante con máquinas expendedoras en las que bastaba ingresar tu identificación de estudiante para conseguir el alimento enlatado que se quisiera, una de las enormes ventajas de tan prestigiosa academia. La planta se veía despejada, con los largos pasillos solitarios y silenciosos. Bajé las escaleras y doblé hacia mi destino, pero el parloteo juguetón de una pareja me obligó a quedarme quieta. Debieron escucharme, porque corretearon hacia la puerta trasera sin permitir que viera demasiado, aunque lo suficiente para darme cuenta de que se trataba de Dalia y Seth. Lo último que oí fueron unas lejanas carcajadas tras la puerta ya cerrada.

Por supuesto que Vivian no era la única que rompía las reglas en los dormitorios, pero nunca se me cruzó por la cabeza ver a Seth por esos lugares.

Si lo pensaba bien, no resultaba ser una idea loca.

Cogí de una de las máquinas una caja de leche y subí a mi habitación con los dientes tan apretados que al separar mi mandíbula dolió. Me sentí molesta y ni siquiera entendía por qué.


☁️


Lo peor de haber dado una prueba sin haber dormido bien, fue asumir que me había ido mal desde el instante que me senté en mi puesto. El pesimismo no era una de mis características, tampoco la inseguridad o la poca convicción, pero todas ellas me acompañaron mientras intentaba responder las preguntas. Estaba segura de que ni la oración que emprendí al inicio me había sido de ayuda.

Entregué la prueba después de una intensa revisión que acabó en resignación y valentía, porque hacerle frente a una mala nota no es cualquier cosa. A unos pocos minutos de dar por terminada la clase, el profesor Stan me llamó. Una enorme gota fría recorrió mi espalda cuando vi que entre sus manos tenía mi prueba. ¿Tan mal me había salido? Estaba cien por cien segura de que me pediría ir a rectoría para cancelar mi beca con tan deplorables contestaciones.

La paranoia se detuvo frente a él y sus intensos ojos azules. Sol tenía razón, eran demasiados llamativos como para sentir que flotaba en ellos.

Carraspeé para distraerme.

—¿Ocurre algo, profesor? —Miré rápido hacia la prueba y aguardé a que me echara las hojas en la cara, indignado o decepcionado.

—Sí, ocurre algo —repuso con total calma, dejando mi prueba junto a las otras. Con gesto amable me guio hacia fuera—. Me preguntaba si estás planeando participar en el concurso Le Jardin.

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