Epílogo

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No prometo darte el cielo, pero sí llevarte a el.

NARRADOR

—¿Dónde estoy?— Preguntaba un Juan Carlos sorprendido y quién sabe dónde, trago grueso escuchando llantos y lamentos al otro lado de lo que parecía otro plano.

“¿Sabes dónde estás ahora, no?”— Aquélla voz hacía eco en aquél lugar tan extraño, Juan Carlos la buscaba pero era inútil.

—¿Ya era la hora, verdad?— Indagó el mayor escuchando más fuerte los sollozos de lo que era el llanto de sus hijas.

“Lo siento, Juanca. Es mi trabajo y debes venir dónde sea que te lleve conmigo”.— Otra vez aquélla voz hacía eco, pero se escuchaba menos lejana.

— Lo sé, lo sé. Estoy listo.— Contestó el mayor escuchando más lejano los sollozos de sus hijas.

— Siempre admire tú valentía, Juanca.— La voz dejó de hacer eco para ahora estar frente a frente con Juan Carlos.

— Algún día me tocaría, Esteban.— Respondió el mayor viéndo al chico que tenía enfrente, cabello café, ojos color avellana, rostro y pómulos creado por los mismos dioses, alto y de cuerpo definido.

— Ya es hora.— Susurró el chico empezando a caminar hacia delante con Juan Carlos sin ver atrás.

Día siguiente...

La mañana era fría, triste, llena de llantos y melancolía, todo estaba apagado y triste, María José y Valentina no había dejado de llorar toda la noche, su padre, su fuerte, su héroe se había ido y no lo verían más, aquéllo era tan desgarrador de afrontar.

Después de haber pasado una noche con alegría pasó a un momento cómo el que estaban viviendo, a lo lejos estaba la persona responsable de ello, María José lo sabía, pero estaba muy ocupada tratando de que su hermana no cayera desmayada.

— Le damos la eterna sepultura a Juan Carlos Garzón, un gran hombre, un gran padre, un gran esposo, que descanse en paz.— María José abrazaba con fuerza a su hermana mientras lloraba y lloraba.

Valentina y María José dejaron un pedazo de su corazón esa mañana, las personas alrededor entendían el sufrimiento de las hermanas, todos estaban tristes por la muerte de Juan Carlos, era una gran pérdida.

Cuándo estaban a punto de esparcir la tierra en el agujero dónde se encontraba el hombre descansando, se acercaron las hermanas y dejaron dos flores de color blanco con un triste y desgarrador adiós.

Todo pasó de segundos, minutos a horas, las personas poco a poco fueron dejando el cementerio dejando sólo a las hermanas, el esposo de Valentina, los de la servidumbre y nadie más, todos se había ido del entierro y aquéllo era más triste, pasaron más horas hasta que quedó sólo María José.

Un silencio, un frío que le calaba los huesos era lo único que tenía, pero el frío era lo que menos le importaba, estaba destruida totalmente, su padre se había ido, fue entonces cuándo un escalofrío recorrió su cuerpo, sintiendo una presencia a su lado.

— En serio no era mi intención, pero era mi trabajo.— María José cerró sus ojos con fuerza, estaba destruida totalmente y ahora estaba sintiendo enojo.

— No vengas con esas mierdas, eres la maldita muerte, ¿y me dices que era tú trabajo?— Espetó aún sin ver la cara de la responsabilidad de su tristeza.

— Sí hubiera estado en mis manos no lo hubiera hecho, pero recibo órdenes, María José.— Dijo, entonces la morena se atrevió a ver la cara de la persona.

Inmarcesible || TerminadaWhere stories live. Discover now