Capítulo XI- La fiesta de pijamas.

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Faltaban tres días para entrar al colegio nuevamente, era el último fin de semana libre. No me acerqué a casa de la abuela en todo lo que restó de las vacaciones por miedo de encontrarme a Peter y que me reprochara lo cobarde y miedosa que era solo por no haberle besado.

Para mi buena suerte Karla llamó un día antes para salvarme de mi aburrimiento letal e invitarme a la fiesta de piyamas de su prima Matilde. No tenía ni idea si la pasaría bien. Las amigas de Matilde eran un poco estiradas y engreídas, cosa que a mí no me iba… Pero de eso a nada, pues prefería tener algo que contarle a mis nietos en lugar de pasar otro día más en casa de mis padres contando los coches pasar por la calle, que realmente era muy pocos.

Alisté desde temprano la ropa que me llevaría. Empaqué también mi juego de mesa “uno” que realmente me fascinaba por si las dudas. Parecía que me mudaba de casa por meses, pero es que nunca se sabe que podrías necesitar en una casa ajena. Si fuera a la de Karla iría más ligera porque de ella podía tomar lo que me viniera en gana, pero con Matilde era distinto.

Guardé en la maleta también algunos cosméticos, -que no eran muchos- y desde zapatillas a tenis de lo más cómodos.- Ni si quiera le pedí permiso a mi madre, si era con Karla decía que si a todo. La tenía en el concepto de niña buena, aún más que yo. Según ella, yo manejaba a cualquiera  mi antojo… Más nunca supe porque lo decía si yo era un ángel caído del cielo. La prueba estaba en que no sabía besar. Y a veces me odiaba por eso.  

A las tres de la tarde, Karla pasó por mí en su coche.  Salí corriendo y despidiéndome a lo lejos  a lo que mi madre gritó que nos divirtiéramos.

Noté a mí amiga en el camino algo pensativa y distraída, pensé que tendría de nuevo sus achaques de sentirse sola al no pasar mucho tiempo con sus padres. Comencé a sacarle platica de diferentes cosas cotidianas y a contarle algunos chistes tontos como solía hacerlo siempre que la veía achicopalada y como de costumbre funcionó mi táctica. De un momento a otro su tensión se esfumó.

Llegamos a casa de Matilde. Ya había estado ahí antes, pero no la recordaba mucho que digamos. No sé cómo pude haber olvidado su inmensidad y lujo. Era más ostentosa que la casa blanca, y eso que aún no la conozco. Al llegar a la puerta principal, nos recibió con una sonrisa una señora no muy mayor, si a su aspecto nos referimos. Se notaba a leguas una que otra cirugía en el cuerpo. Por ejemplo  sus enormes pechos.

-¡Bienvenidas!-Dijo y después estrujó a Karla en brazos.

-¡Tía! Me asfixias.- Comentó la chiquilla.

-No aguantas nada Karla, ya deberías estar acostumbrada.-

-Lo sé, pero aún no lo logro. Tía, ella es Kendra ¿La recuerdas?-

-¡Dios mío! Kendra, cómo has crecido. Que hermosa te has puesto. Mira esas piernas largas y torneadas. Fácil podrías ser modelo. No las enseñes mucho, o Matilde podría encelarse. –

Me sonrojé y pensé en que lo mejor sería bañarme con pantaloncillos en la piscina. Realmente si creía que Matilde se pusiera un poco roñosa al ver que había crecido tanto. Ella era un tanto corpulenta y le costaba mucho bajar de peso. Su madre siempre la llevaba al gimnasio y a la nutrióloga pero para ellas nunca era suficiente. No entendía porque estaban tan obsesionadas con el físico, no dudaría que en unos días más Matilde también presumiera pechos nuevos después de un misterioso viaje de “Enfermedad”. 

Después de que la madre de Matilde dejara de atosigarnos con sus falsos cumplidos, Karla y yo caminamos hacia el jardín trasero, ahí estaban tres chicas. Dos en la alberca, y otra tomando el sol. Me irritaba ver como algunas veces quedaban anaranjadas como zanahoria y creían verse igual a Barbie vacacionista, era ridículo.

ஐ MI PRIMER BESO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora