Capítulo 29 -Jaushlet y la manada-

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—Vagalat, ¿estás bien? —me pregunta Mukrah.

—Todavía no. No lo estaré hasta que no acabemos con los demonios y la avanzadilla de Haskhas.

Escucho las risas de Doscientas Vidas, me giro y lo veo montado en un extraño caballo infernal. Al trote, mueve el hacha, le corta un brazo a un demonio de piel roja y grita:

—¡Vagalat, amo la guerra! —Azuza al corcel y se lanza contra un grupo de seres oscuros nacidos en el Erghukran.

Miro a Mukrah y, antes de que le pueda decir nada, asiente con la cabeza. El hombre de piedra irá a ayudarle. Mientras mi hermano corre hacia el grupo de demonios, le digo mentalmente a Laht:

«Avisa a El Seleccionador».

Escucho un graznido y susurro:

—Es hora de poner el plan en marcha.

Bacrurus y Haskhas combaten al otro lado de La Gladia, parecen estar igualados, pero hay algo extraño, algo casi inapreciable. Me concentro y, aunque solo logro alcanzar la superficie de la mente, por primera vez soy capaz de escuchar los pensamientos del Ghuraki.

«Es hora de acabar con el juego, ya me he entretenido bastante».

A la vez que Laht me muestra la perversa sonrisa que se dibuja en el rostro de Haskhas, murmuro un pensamiento:

—¿Qué tramas?

Estoy a punto de ir hacia ellos, pero algo me detiene en el último momento. Gracias a los sentidos aumentados escucho cómo Essh'karish se vanagloria de haber vencido a Dharta, Si'rhat y al guerrero de Gháutra al que le falta un ojo. La Ghuraki, junto con algunos soldados del ejército de Haskhas, ha conseguido abrir una de las compuertas de La Gladia.

—Maldita zorra —escupe Dharta, sin acobardarse por tener la hoja de la espada de Essh'karish tocándole el cuello.

—No te equivocas, soy una zorra maldita y me gusta. —Se chupa el dedo índice y le acaricia la mejilla—. Es una pena que mi hermano no me dejara jugar contigo y una lástima que te quiera viva.

Si'rhat y el guerrero de Gháutra quieren intervenir, pero los soldados de Haskhas los han desarmado, los han metido a golpes dentro de la construcción y los mantienen arrodillados en el suelo.

Doy un paso, siento un pinchazo en el pecho, pongo la mano sobre él y no noto los latidos del corazón.

—¿Qué sucede? —suelto confundido.

Mientras el sudor me empapa la piel, un leve temblor me recorre las piernas. Sin comprender qué está pasando, siento como si explotara una estrella dentro de mí.

La arena vibra, el corazón vuelve a latir con fuerza y el aura crece hasta doblarme el tamaño. Elevo la cabeza, grito y las piedras azules que alguna vez formaron parte del cuerpo de Ghoemew flotan a mi alrededor.

El chillido que producen las cuerdas vocales atrae la atención de varios demonios de piel amarilla, dientes negros y resplandecientes ojos verdes, que corren emitiendo sonidos guturales.

Me miro la mano y noto cómo el alma aviva la llama del aura. Dirijo la mirada hacia los adversarios, manifiesto a Dhagul y, a la vez que la energía que me recubre el cuerpo decrece, me lanzo contra ellos.

El que va a la cabeza blande dos dagas e intenta alcanzarme con una. Sin detenerme, esquivo hacia la izquierda, bajo a Dhagul, sigo corriendo y la espada le trocea los intestinos.

El resto de demonios, cuando ven caer sobre la arena el cuerpo sin vida de su hermano, se detienen, se agrupan y me esperan. Clavo a Dhagul en el suelo, continúo esprintando y sonrío.

El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]Where stories live. Discover now