Capítulo 13 -El llanto de un bebé-

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No sé si llevo aquí minutos u horas, solo sé que no puedo moverme, que hace frío, que está oscuro y que el aire apesta a azufre.

«Mukrah, amigo mío, hermano, no dejaré que mueras. Aguanta, saldré de aquí. Si hace falta, le cortaré las manos a La Moradora Oscura si intenta llevarse tu alma. No vas a morir. Te salvaré».

Escucho un graznido que me saca de mis pensamientos... ¿Laht? No puede ser, no noto su presencia. Busco con la mirada el origen del sonido, pero no soy capaz de ver en la negrura. Aumento la intensidad del olfato y consigo captar un olor peculiar: el animal que se acerca volando huele igual que mi cuervo sagrado.

Vuelve a graznar y se muestra por un segundo. Es casi idéntico a Laht, solo se diferencia en que tiene los ojos verdes. Estos le brillan tanto que no solo le iluminan el cuerpo, sino que además dan algo de visibilidad a las estalactitas gigantes que caen de un techo que no llego a ver.

Grazna de nuevo y se me posa en el hombro.

—¿Quién eres? —Tengo la boca seca y me duele un poco la garganta.

Sale volando y desaparece en la negrura.

—¡No! —mientras grito, siento cómo arden las cuerdas vocales.

«Vuelve, por favor, vuelve» le ruego mentalmente para no volver a padecer como si cientos de alfileres al rojo se me clavaran en la garganta.

El cuervo me ignora y sigue alejándose, perdiéndose en la negrura. Aprieto los puños, lucho contra las cadenas que mantienen las extremidades tensadas y el cuerpo colgado en medio del vacío. Aunque da igual con la intensidad que intente liberarme, los músculos solo consiguen agitarlas un poco.

Me posee la ira y suelto un chillido. La impotencia se ha transformado en una profunda rabia que se une a un inmenso odio. El aura carmesí resplandece y consigue que rechine el metal de los eslabones.

—¡Maldito dios cobarde! ¡Maldito seas, muéstrate! ¡¿Acaso tienes miedo de un simple mortal?! —Ya no me duelen las cuerdas vocales. El poder me sana; el poder logra que me sienta fuerte.

Escucho unas profundas carcajadas.

—¿Miedo de ti? ¿De un insecto? ¿De una pobre luciérnaga humana que solo es capaz de iluminarse el cuerpo?

Al mismo tiempo que las facciones se tensan, bramo:

—¡Demuéstralo! ¡Demuéstrame que no tienes miedo! ¡Suéltame y esparciré tus tripas por este antro mugriento! —Una malévola sonrisa se me dibuja en la cara. Cuando percibo que el demonio está atado a este lugar, pregunto—: ¿Quién te encerró aquí? ¿Fue tu padre? ¿Lo hizo porque no quería tener a su lado a un hijo tan estúpido?

Escucho un estruendo y veo cómo, unidas por una luz azul, grandes rocas dan forma a una mano enorme que se mueve muy rápido hacia mí. Apenas me da tiempo de pestañear, la punta del dedo meñique me sacude en el estómago y me obliga a soltar un grito ahogado.

Siento cómo los brazos y las piernas se frenan por las cadenas, pero a la vez noto cómo el tronco quiere seguir retrocediendo. A la vez que padezco un terrible dolor, al creer que el cuerpo se va a quebrar, un chillido emerge con fuerza de lo más profundo de mi ser.

—Así me gusta, que grites. Pronto aprenderás a dirigirte a mí como tienes que hacerlo. Agachando la cabeza, padeciendo un profundo temor que helará tu alma y que impedirá que seas capaz de mirarme a los ojos.

—¿Qué quieres de mí? —pregunto cuando el dedo deja de presionarme la barriga.

Primero escucho la risa, luego la voz:

El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora