Capítulo 37 -El frío metal-

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El primer sentido que recobro es el oído; escucho el ruido que produce el metal al rozar una superficie dura. El segundo es el tacto; padezco la presión de los fríos eslabones que me aprietan el cuerpo. El tercero es el gusto; siento el sabor de la sangre. El cuarto es el olfato; huelo el hedor que produce la carne en descomposición. El último que recupero es la visión; veo cómo un Ghuraki muerto me arrastra por un gran pasillo.

Tras cerciórame de que ese ser es el que produce ese repugnante olor, señalo:

—Apestas más que un silente de mil años.

El engendro, con una voz espectral, responde:

—Silencio.

Me fijo en la mano que sostiene los extremos de las cadenas que me aprisionan, la carne a duras penas se mantiene unida, parece estar a punto de caerse a trozos. En la piel hay agujeros por los cuales se llega a ver lo agrietados que están los huesos ennegrecidos por la putrefacción. Por algunos de esos orificios, gusanos de un tono verde oscuro se asoman, abren la boca y enseñan decenas de dientes afilados y puntiagudos.

Contemplo el grotesco espectáculo un par de segundos, dirijo la mirada a otro punto y murmuro:

—Ghurakis...

El ser gruñe y sigue arrastrándome por el pasillo. Cuando llegamos a la puerta donde finaliza el corredor, se gira, me coge de las cadenas que me envuelven el pecho y me carga al hombro. Sin prisa, entra en una gran sala, camina hasta el centro y me tira al suelo.

—Amo —dice, mirando la parte de la estancia que se mantiene a oscuras.

Noto cómo me observan dos figuras que se ocultan en la oscuridad. No dicen nada, solo me examinan con la mirada. Tras varios segundos, uno de ellos ordena:

—Retírate.

—Sí, amo —contesta el engendro, antes de darse la vuelta, gruñir y salir de la sala.

El que ha hablado deja atrás las sombras y recita:

El libertador; el asesino de Ghurakis; el hijo de Ghoemew; el invencible; el exterminador... —Hace una breve pausa—. Los humanos te nombran con infinidad de títulos.

Cuando la luz le ilumina la cara logro ver la profunda sonrisa que se extiende por ella. Aunque este Ghuraki se ve mayor que Haskhas parece más joven que su padre, que We'ahthurg.

—¿Y tú? ¿Tienes algún título? —Las cadenas alrededor de las piernas no están muy apretadas y logro arrodillarme—. ¿O he de dirigirme a ti como un Ghuraki al que le falta poco para ser ejecutado?

—¿Ejecutado? —Ríe—. ¿Tienes en mente ejecutarme?

Sonrío.

—Te arrancaré el corazón, lo aplastaré y le ordenaré a mis lobos que devoren tu cadáver. —Aunque quiere aparentar que las palabras no le afectan, siento cómo la rabia crece dentro de él—. Tu recuerdo será olvidado y las nuevas generaciones no sabrán siquiera que exististe.

La seriedad se adueña de su rostro mientras los ojos se le iluminan con un tenue añil.

—Lástima que los humanos hayan depositado tanta fe en ti. En un simple esclavo con extrañas capacidades. —Camina hacia una mesa y llena un vaso con una bebida amarilla—. Extrañas, sí. Poderosas, puede. Pero no más que la de Los Caudillos Ghurakis. —Escupe en el vaso y se acerca a mí—. ¿Tienes sed? —Lo miro a la cara y me preparo para romper las cadenas—. Entiendo, te da asco lo que te ofrezco. —Sonríe—. Aun así, como buen anfitrión que soy, no voy a dejar que pases sed. —Derrama el líquido sobre mi pelo y suelta una carcajada.

El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora