Capítulo 22 -El mundo primigenio-

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La noche ha caído; mientras observo cómo el manto oscuro cubre la capital de Lardia, no puedo evitar pensar en lo mucho que ha cambiado mi vida tras la derrota que sufrí ante Jiatrhán.

El colapso del orden en Abismo se ha fundido con mi destino y me ha mostrado un pasado incierto y oscuro. Mi antiguo ser se ha derrumbado y ahora, en vísperas del principio de la liberación de este mundo, uno nuevo empieza a ocupar su lugar.

—Abismo... —susurro al mismo tiempo que contemplo cómo una estrella fugaz recorre un cielo vacío.

Escucho pasos, me giro y veo a Bacrurus subiendo los escalones que conducen a esta parte de La Gladia: la más alta de la construcción.

—Vagalat, ¿no piensas descansar?

—¿Y tú?

Se pone a junto a mí y observa cómo la débil luz de las antorchas ilumina las calles por las que patrullan los soldados del ejército que hemos formado.

—He descansado demasiado. —Se cruza de brazos—. No sé cuánto tiempo he sido prisionero, pero sí sé que ha sido un largo cautiverio.

Lo miro de reojo y luego centro la visión en las pequeñas llamas que recorren la ciudad junto a los soldados; observo la lucha del fuego por permanecer encendido, aferrándose a la madera, ardiendo en lo alto; observo la lucha de la luz contra las tinieblas que envuelven los callejones y pienso en cómo fui aprisionado en piedra.

Inmerso en el pesar que me produce el haber sido petrificado, sufriendo por haber vagado un tiempo indefinido por lugares que desconozco, digo:

—Se nos privó de la libertad. —Recuerdo a Adalt—. Y, en mi caso, la incertidumbre por el destino de los hermanos que dejé atrás no me dejará vivir tranquilo. —Hago una pausa—. Aunque al menos podremos disfrutar acabando con el reino de los Ghurakis.

—Ghurakis... —masculla—. Esos monstruos merecen la peor de las muertes. Estoy deseando que llegue Haskhas para aplastarle la cabeza. —Cierra las manos con fuerza y clava la mirada en los puños—. Lo voy a destrozar.

—No lo dudo. —De repente, aparece en el firmamento una luz, pequeña, azul y débil. La miro e inconscientemente pregunto—: ¿Qué es eso?

Bacrurus deja atrás la rabia, observa el fulgor del objeto y, al ver cómo se aproxima a la ciudad, dice:

—Parece una estatua del cielo.

—¿Una estatua del cielo...? —Aumento los sentidos y me fijo en lo que se esconde tras el brillo—. Tiene los rasgos de un hombre... aunque dudo que lo sea.

—Yo también lo dudo.

Contemplo cómo el pelo blanco baila alrededor de la cara del caído y digo:

—Está inconsciente. —Sigo la trayectoria con la mirada—. Va a aterrizar cerca de la ciudad.

—Sí. —Mientras Bacrurus se queda pensativo, centro la atención en el ruido que produce el ser al descender—. No sabemos quién es y no sabemos si es una amenaza. Debemos averiguarlo.

Justo cuando acaba de pronunciar la última palabra se escucha un gran estruendo. El caído impacta cerca de las murallas y levanta una nube de polvo.

—Tienes razón —aseguro, viendo cómo los granos de arena se elevan decenas de metros.

Bacrurus alza la mano y crea un portal por el que entra una gran polvareda.

—Puede ser una trampa de los Ghuraki —murmura, se cubre los ojos y avanza.

Lo sigo y cruzamos el pórtico. Al otro lado apenas puedo ver nada, la niebla de granos de arena es tan densa que incluso empieza a costarme respirar. Cierro los ojos, me concentro, manifiesto el aura carmesí y el polvo se deshace al chocar contra la representación de mi espíritu.

El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora