Capítulo 55 -Luz y Oscuridad-

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Las manos y los músculos de la cara me tiemblan; las lágrimas resbalan por la piel; el dolor me perfora el alma... Acabo de arrojar a mi hermano a un lago de metal líquido... Acabo de matarlo.

Oigo aplausos y risas. Me giro y observo la repugnante sonrisa de Dheasthe.

—Es increíble. Creí que no serías capaz de vencerlo. Pensé que tu sensiblería te impediría ejecutarlo. —Sigue aplaudiendo—. Veo que no vas a dejar de sorprenderme hasta el último momento. Hasta que te destroce y te arranque la vida del cuerpo.

Me seco la cara con el antebrazo, aprieto la empuñadura de Dhagul y aseguro mientras camino hacia él:

—Estás muerto.

Sigue riendo, burlándose del dolor.

—Lo estuve, pero renací gracias a ti. —Alza la mano y se dirige al grupo de Ghurakis que se han mantenido en un extremo de la isla—: Hijos, necesito sangre. Me da igual que sea la vuestra o la de él, pero vuestros dioses desean beber. Complacedles. —Da la señal, baja el brazo y el pequeño ejército de seres de piel púrpura se abalanza contra mí.

El aura carmesí resplandece con fuerza, el cuerpo me arde al canalizar el poder del silencio. Sigo siendo un ser imperfecto, lleno de sentimientos oscuros... Estoy soportando el dolor de lo que he hecho, estoy quemándome con el odio de quienes me han obligado a hacerlo.

La culpabilidad y el tormento quieren adueñarse de mí. Sin embargo, no voy a permitir que me perturbe ningún sentimiento. Ahora, aunque estoy lejos de ser uno con el silencio, siento que empiezo a acercarme más a esa fuerza primordial que dio forma a lo que existe. Ahora, más que nunca, siento que soy el hijo del silencio.

Los primeros Ghurakis que se aproximan son los más débiles, son los soldados que han perdido gran parte de su poder tras la desaparición del primero de su especie en La Gladia.

Corro, esquivo la espada de uno, le piso la rodilla y cojo impulso. Me apoyo en la cabeza, la cargo con la energía del alma hasta que explota y me elevo unos metros en el aire.

Desde ahí, suelto a Dhagul y la espada se divide en cientos de pequeños fragmentos que caen a gran velocidad sobre las tres filas de Ghurakis. Los gritos se ahogan cuando los proyectiles les atraviesan el cuerpo y los carbonizan.

Caigo, poso los pies en el suelo, vuelvo a manifestar la espada, miro a Dheasthe y aseguro:

—Tus dioses seguirán con sed durante mucho tiempo. —Observa las cenizas y comprueba cómo no se ha derramado ni una gota de las venas de los Ghurakis—. Aunque no te preocupes, ya que al menos el suelo de esta gruta sí quedará saciado. —Con el semblante serio, intentando que no me posea el odio, sentencio—: Lo empaparé con tu sangre.

Ríe, mueve la mano, le indica al resto de Ghurakis que ataque y dice:

—Te espero aquí. —Se cruza de brazos.

Los seres de piel púrpura que se aproximan no son soldados sin fuerza. No, estos son algunos de los que han conseguido mantener parte de su poder.

—Muere, hijo de Ghoemew —dice uno, lanzando una estocada con la espada impregnada con energía.

Ladeo el cuerpo y, aun quemándome un poco la piel, freno el filo con la mano.

—Sería un honor ser el hijo de Ghoemew. —Aprieto, inmovilizo el arma y añado antes de empujarla y darle en la barriga con la empuñadura—: Pero no lo soy, soy el hijo de la fuerza que dio forma al creador de La Convergencia.

El Ghuraki se encorva tras recibir el golpe. Mientras escucho la respiración ahogada dirijo la rodilla hacia su cara y lo noqueo. Después de que caiga al suelo, otro de los seres de piel púrpura, uno fornido con el torso lleno de cicatrices, mueve la mano para que el resto se frenen y, al mismo tiempo que anda hacia mí, pronuncia con la intención de herirme:

El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]Where stories live. Discover now