Capítulo 66 -Vagalat Oscuro-

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El camino apesta a muerte. Los cadáveres, tirados en los campos áridos de tierra negra, se cuentan por miles. Las aves carroñeras se dan un festín sin que podamos evitarlo. Por más que las espantamos, se quedan sobrevolando y descienden en cuanto nos alejamos unos pasos.

No podemos enterrar a los muertos y tampoco podemos usar nuestra energía para convertir los cuerpos en ceniza. Lo hicimos en el primer tramo del camino, pero si hubiéramos seguido habríamos malgastado mucho poder; un poder que necesitamos para combatir a los Ghurakis.

Mientras más nos acercamos a la ciudad más grandes son las montañas de ejecutados. Viéndolos, me golpea el sufrimiento de sus últimos instantes de vida. Con dolor, siento la angustia de las almas torturadas que se aferraron a la esperanza de que quizá no morirían. Esto me supera y logra que no sea dueño de mis sentimientos.

La furia, el odio, la ansiedad, el dolor y la venganza, gobiernan mi ser y consiguen que, poco a poco, el juicio se me vaya nublando. En estos momentos, en los que la ira prende con fuerza, un pensamiento se repite dentro de mí:

«Los Ghurakis deben ser exterminados. No dejaré a ninguno con vida».

Encerrado en mi mente, contemplando con frustración las víctimas amontonadas, desconecto de la realidad, me alejo y busco consuelo en la imagen de We'ahthurg siendo degollado.

—Vagalat, estamos cerca del corazón corrupto de este imperio de muerte y dolor —al hablarme, Mukrah me saca de los pensamientos—. Pronto, la capital y los Ghurakis serán tragados por las arenas del olvido. —Centra la mirada en los cadáveres—. En no mucho, se dejará de pronunciar con miedo el nombre de estos monstruos.

Asiento y aseguro:

—Así será.

No tardamos demasiado en ver con claridad el inmenso ejército que nos espera fuera de los muros de la capital del imperio de We'ahthurg. Shatt'sheeh se halla encabezando esa gran fuerza.

Cuando estamos a menos de cien metros, alzo el puño y digo:

—Deteneos. —Aumento los sentidos, quiero saber qué es esa tenue energía que recubre los cuerpos de los enemigos—. Abismo —susurro, al cerciorarme de que esa película casi invisible que cubre a los Ghurakis es una extensión del alma de Él.

—¿Abismo? —pregunta Doscientas Vidas, entrecerrando los ojos, inspeccionando al ejército—. ¿Quieres decir que esos engendros disponen del poder de El Pozo Sin Fondo?

—Así es —contesta Asghentter—. En este lugar la oscuridad de Abismo brilla con más fuerza. —Gira la cabeza y me mira—. Esta ciudad ha sido conjurada para debilitar la barrera que separa los distintos planos.

Me quedo pensativo y murmuro:

—Los distintos planos...

Fuerzo la visión y consigo ver las fracturas en el tejido cósmico que mantiene separado Abismo de La Convergencia. Mientras las observo, produciéndome un fuerte dolor de cabeza, una secuencia de recuerdos borrosos se apodera de mí. Aprieto las sienes con las palmas, bajo la cabeza y suelto un gemido.

—Vagalat, ¿qué pasa? — escucho lejana la pregunta de Doscientas Vidas.

Algunos de los recuerdos se esclarecen y uno va cobrando fuerza lentamente. Veo a un engendro nacido en las entrañas del alma oscura. Un ser al que encerré cuando servía a Él.

«¿Por qué veo esto ahora? —Mientras el dolor se atenúa, centro la mirada en las grietas del tejido cósmico y comprendo por qué recuerdo al ser—. Es por eso...».

—Vagalat, ¿te encuentras bien? —Mukrah, preocupado, me posa la mano en el hombro.

Separo las palmas de las sienes, levanto la cabeza y contesto:

El Mundo en Silencio [La Saga del Silencio parte I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora