Capítulo 19.

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Observé la salida de embarcación y vi a Julién salir de ella. Sin poder evitarlo, una sonrisa se dibujó en mi rostro. ¡Él estaba allí!
En un arrebato de emoción, comencé a correr hacia él, pero entonces me detuve y lo miré. Él estaba desorientado, pero parecía seguro de sí mismo.
Me acerqué por detrás, y cuando estuve lo suficientemente cerca, me empiné hacia adelante y le cubrí sus ojos con mis manos.
—Adivina quién es —murmuré en su oído y sentí cómo le dio un escalofrío.
—No me hagas daño.   
—Nunca lo haría —dije y descubrí sus ojos, haciendo que se volviera a verme—. ¿Por qué has dicho eso?
Él sonrió.
—Es sólo una frase de una película —dijo—. Hola.
—Hola —sonreí más de lo debido y me abalancé sobre él, fundiéndome en su pecho.
Suspiró.
—Joder, deberías irte a Berlín más a menudo. Necesito más de esto de vez en cuando.
—¡Oye! —me quejé separándome un poco de él y golpeándole en el hombro.
Julién se echó a reír.
—No es justo —lo regañé—. Yo estaba aquí, muriéndome, extrañándote hasta más no poder y tú...
—Y yo estaba allí, haciendo justamente lo mismo, hasta que decidí tomar un vuelo a Berlín y llamarte en cuanto llegara. Sí, ha de ser muy injusto como dices.
Abrí mis labios para protestar y él curvó una ceja, retándome. Volví a cerrar mis labios y asentí.
—¿Y por qué no me llamaste antes?
—No tuve tiempo —se justificó y volví a asentir.
—Irónico. El chico que hace menos de quince días me había dicho que tenía demasiado tiempo libre para hacer graffitis alrededor de todo un puente, ahora me dice que no lo tiene para hacer una maldita y simple llamada —espeté—. Muy bien —dije y le sonreí, dándome la vuelta y empezando a caminar.
Idiota, idiota, idiota, idiota, y mil veces más... idiota.
Me dirigí a la salida del aeropuerto, colocándome mejor el bolso en mi hombro, y justo antes de que pusiera un pie fuera del lugar, Julién me tomó del brazo, halándome hacia atrás y haciéndome entrar completamente en el edificio.
—Pero ¿qué te pasa? ¡Déjame en paz! —exclamé, zafándome  de su agarre y encarándolo: mala idea. Los ojos de Julién Chryst eran mi kriptonita. Inhalé aire bruscamente, incapaz de quitarle la mirada.
Estaba molesta, por supuesto que sí, pero sus ojos rogaban por algo que no entendía. Algo que aún no me había pedido y que no sabía si lo haría en realidad.
—Te escucho —dije cortante y cruzándome de brazos.
—¿Por qué te haces la víctima? —sonrió ladeando la cabeza—. No sabía que te gustaba llamar tanto la atención.
Me petrifiqué.
—¿Qué? —susurré apenas, y lo miré atónita. No. Él no pudo haber dicho eso. No a mí.
Sin embargo, lo último que supe antes de marcharme de allí corriendo era que la mejilla de Julién estaba tan dolorida que dudaba que la fuese a sentir en un buen rato. Sí, lo había cacheteado, pero él también me lo había hecho.
Me sentía tonta, me sentía estúpida, me sentía... ¡Por Samaritha!
Cuando estuve lo suficientemente lejos y camuflada en medio de la noche como para que no me pudiera ver, me pasé las manos por el cabello, caminando frustrada de un lado a otro y conteniendo las ganas de llorar.
Miré a mi alrededor y me di cuenta de que había corrido al lado contrario del lugar en donde estaba mi auto, así que di la vuelta y me dirigí hacia allí.
No podía creer lo imbécil que estaba siendo Julién en este momento.
¿Qué le habría costado una llamada? ¿Al menos decirme ''Hola, te he llamado pero ahora no puedo hablar. Te llamaré luego''?
Sí, era un idiota.
Por Samaritha, realmente no podía creer que estuviera haciéndome esto.
Abrí la puerta del auto y tiré mi cartera al asiento del pasajero.
—Debby —escuché que me llamó a mis espaldas pero no volteé. Puse un pie dentro del Mercedes Benz, sentándome en el asiento del conductor, y oí a Julién suspirar.
¿Qué? ¿Ya se le había pasado lo idiota?
Cerré la puerta del auto fuertemente y al segundo de que lo hiciera sentí cómo él abría la puerta de atrás y entraba en él.
—Sal de mi auto.
—Sabes que no lo haré —contestó y su tono de voz casi me hizo dar un salto. Había sido muy frío.
—¡Sal de mi auto, Julién!
—¡No! —gritó.
Me volteé enfurecida, poniéndome sobre mis rodillas en el asiento del auto e inclinándome hacia adelante.
—Lárgate —dije despacio, mirándolo a los ojos. Él acercó su rostro al mío.
—Oblígame.
—¡Por Samaritha! —casi grité—. Eres... eres tan... ¡Ahg! —lo fulminé con la mirada—. ¡Eres un idiota! ¡Me exasperas, me dan ganas de atropellarte con el auto y me vuelves loca! —dije y él tan sólo me miró un segundo y luego bajó la mirada con el dedo índice en su labio de forma pensativa.
—Mmm —murmuró—. Así que te vuelvo loca... —sonrió seductoramente—. Eso es bueno —arrastró sus palabras lentamente y tragué saliva.
—Julién, por favor, sólo... —di un suspiro—. ¿En dónde te vas a quedar?
—En un hotel. Está cerca de no sé dónde —sacó un pedazo de papel de su bolsillo trasero—. Aquí está —dijo y me lo entregó. Lo leí un segundo después de echarle una mirada suspicaz. Jamás había desconfiado en Julién, pero esta noche, en este momento, lo hacía.
—Sé dónde queda —me eché de hombros—. Dos esquinas de mi casa.
—Casual —me sonrió y quise golpearlo, y también, muy en el fondo, quise besarlo.
Lo miré a los ojos intensamente por unos segundos, deseando que él supiera que quisiera que me besara a pesar de todo, aunque eso no resolviera nada. De todas maneras, no lo hizo.
Me volteé hacia el volante y encendí a Memory. Sí, ya le había puesto un nombre al auto. Y es que, si las cosas seguían así, lo que más podría brindarme era memorias.




Oscuridad en la luz.Where stories live. Discover now