Capítulo cuatro

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Leah

—No —niego con la cabeza en respuesta a la pregunta de Will y dejo en la mesa el café que ha pedido.

—¿De verdad?

—Sí.

—Lo siento pero no te creo.

—Cree lo que quieras —me encojo de hombros fingiendo indiferencia y no digo nada más antes de dirigirme a las dos chicas que están esperando pacientemente detrás del mostrador —. Buenos días —sonrío.

—Hola —saluda la chica morena amablemente —, ¿podrías ponernos dos donuts de chocolate y dos cafés con leche, por favor?

—Ahora mismo lo llevo a vuestra mesa.

Veo como se marchan y empiezo a preparar sus pedidos. Empecé ayer a trabajar en la cafetería, y aunque suene raro, lo echaba de menos. Igualmente no puedo quejarme, me ha tocado el turno de mañana y es el mejor, ya que no hay tanta gente. Suele llenarse más por la tarde.

—No puede ser que no sintieras nada —murmura Will negando con la cabeza cuando vuelvo a estar delante suyo.

—No sentí nada —miento mientras me giro. Y agradezco internamente estar de espaldas a él. Si ahora mismo me viera la cara, adivinaría en un instante que no estoy diciendo la verdad.

—¿Estamos hablando del mismo Ayden?

Hace tres días que lo vi, y no nos hemos vuelto a ver. Me gustaría decir que no he estado pensando en él, pero es imposible.
Le he dado muchas vueltas y he llegado a la conclusión de que no volveremos a vernos ya que, yo no haré nada para que eso pase y dudo que él haga algo.

—No volveremos a vernos —murmuro encogiéndome de hombros mientras le lanzo una pequeña mirada y empiezo a caminar hacia la mesa donde se han sentado las dos chicas.

Tras darles su pedido vuelvo con Will, y al ver que no hay nadie más en la cafetería aparte de nosotros y esas adolescentes, me siento a su lado.

—Claro que volveréis a veros —retoma la conversación donde lo hemos dejado.

—No lo creo.

—Claro que sí —en su rostro aparece una sonrisa divertida, como si le hiciera gracia lo que he dicho.

—No.

—Mira guapa, si Ayden no intenta volver a verte, te regalo mi casa. Me apuesto lo que quieras.

—Pues me tendrás que regalar tu casa.

No sé si intento convencerlo a él o a mí misma.

Me cruzo de brazos.

—Sí que sentí algo por él —admito después de unos segundos, apartando la mirada.

Mi amigo suelta una carcajada.

—Ya lo sé.

Lo miro con mala cara y vuelvo a levantarme cuando escucho la puerta abrirse, indicando que ha entrado un nuevo cliente.

Entre nosotros dos | SEGUNDO LIBRO Where stories live. Discover now