Capítulo 24

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- 19 días para el primer muerto -


ELENA

Usansolo, 29 de junio de 2022


Los últimos días han sido peculiares. Desde que fuimos a ver los pinos más antiquísimos de Bizkaia, ha habido cambios bastante significativos en mi día a día. He experimentado un acercamiento hacia mis amigos, con quienes cada vez comparto más tiempo, pero he generado una especie de escudo contra el resto de personas que se cruzan en mi camino. En particular, contra el servicio de Lourdes, los compañeros de Sonia. Siempre me he mantenido alerta, pero he llegado al punto de desconfiar de la comida que me sirven. Ya sé por qué los emperadores romanos tenían degustadores.

Ser tan desconfiada es agotador, pero necesario si quiero dar con la persona que se ha propuesto borrar mi nombre de la lista de huéspedes del palacio. Porque todo apunta a Sonia, pero podría ser cualquiera, incluso podría haber varios implicados.

En cuanto a mi relación con Mikel, al principio era un poco tirante, pero vamos recuperando la normalidad. La labor de cuidar juntos del jardín es una especie de terapia que nos ha ayudado a resolver nuestros asuntos pendientes.

Él sigue yendo a mi dormitorio cada mañana, donde yo lo recibo tras quitar el pestillo, fundamental desde la amenaza, y retirar los vasos de cristal que siempre dejo junto a la puerta para que hagan ruido si alguien entra a traición.

Poco a poco estamos mejor y le he perdonado que me entregara el regalo de Gabriel. Sé que lo hizo con buena intención, por más quebraderos de cabeza que me esté causando...

Y es que mientras Rosa investiga a Sonia, yo sigo otras pistas.

No he hablado con nadie acerca de la panadería que vende novelas de Agatha Christie, ni de lo descubierto sobre la historia de los Ubel, porque de ello prefiero encargarme yo sola.

Es lo que estoy haciendo.

—Hola —saludo al entrar en la tienda.

Es la primera tarde que consigo escaparme del palacio sin que nadie me vea. Lo he intentado otras veces y siempre he acabado dando un paseo en compañía.

—¿En qué puedo ayudarte, querida? —ofrece una señora desde el mostrador.

Paso junto al expositor de las novelas, me acerco y explico:

—El otro día compré unas galletas de almendras, triunfaron entre mis amigos y venía a por más. Una docena, por favor.

—Ahora mismo.

Mientras me las sirve, abro el bolso que llevo conmigo, uno de color verde oscuro que convina con mis sandalias tipo chancla, y saco el regalo de mi abuelo: la novela y el lazo que adornaba el envoltorio.

—Disculpe, ¿podría decirme si este libro se compró aquí?

La señora me tiende las pastas y echa un vistazo al ejemplar.

—Sí. Es más, sé quién lo compró. —Me observa de arriba abajo—. Tú... ¿Eres Elena?

Otra persona que me conoce sin tener yo idea de quién es.

Soy la Lady Gaga del pueblo.

—Sí, la nieta de Gabriel

—Y de Lourdes —puntualiza—. Ella fue quien compró el libro.

—¿Lourdes lo compró?

Trato de hacer cálculos:

—¿Podría decirme cuándo?

El último amanecer de agostoWhere stories live. Discover now