Capítulo 38

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- Una semana para el primer muerto, tic, tac, tic, tac... -


ELENA

Usansolo, 11 de julio de 2022


Esta mañana Mikel ha llegado antes de lo habitual. Ya estoy preparada pero no me ha dado tiempo a apagar el portátil y el contenido de la pantalla podría destapar mi obsesión por las amapolas y el famoso cuadro. Incluso hay pestañas sobre la clínica en la que cuidaron a mi abuelo y noticias relacionadas con aquellas denuncias a Sonia.

—Buenos días. —Bajo la tapa—. Qué pronto.

—Si quieres vuelvo más tarde.

—No. Tranquilo.

Me hago con un jersey y cuando voy a marchar, lo pillo asomado a la ventana, deleitado por la luz que se asoma tras las montañas. No me sorprende.

—Las vistas son preciosas —alabo—. Escogí este dormitorio para presenciar los amaneceres.

—¿Siempre te han gustado tanto?

Me hace sitio en el alféizar, a su derecha, pegada a él.

—Sí, el amanecer es la presentación de un nuevo día.

Se ladea y juzga:

—Vaya... ¿Tú no eras la tétrica?

—Lo que no soy es simple.

Se ríe y exhala.

—No, eso desde luego que no.

Sin girarme, manteniéndome fiel a las vistas, añado:

—Además, desde que llegué al palacio el sol también trae consigo tus visitas, y reconozco que son bastante agradables.

Pega un diminuto respingo. Pocas veces muestro el afecto.

—Oh, gracias, Elena. —Aunque teme—: Espero no llegar a cansarte con mis paseos...

—Bueno, tú tan solo aguanta sin cagarla hasta septiembre, que es cuando vuelvo a Burgos.

Lo que pretendía ser una broma, ha resultado ser un jarro de agua fría.

—¿Así que tenemos una cuenta atrás...?

—Claro. ¿Acaso esperabas que me quedase a vivir con los Ibarra?

—Sería un detalle —dice.

—Pues sigue soñando.

Suelta una carcajada y concluye:

—Venga, entonces, disfrutemos de lo que queda de las vacaciones. Cada mañana, juntos. —Ambos miramos al horizonte cuando él concreta—: Hasta el último amanecer de agosto.

Abandono el paisaje y reparo en su rostro. La luz brinda al bronceado un tono naranja que se pierde en los lunares, pero que le otorga un aspecto de protagonista de película de cine, de wéstern romántico, que no quiero que finalice.

—Sí, aprovechemos, Mikel.

—Que así sea.

Bajo un despejado cielo, paseamos por el terreno que comprende el palacio. Regamos algunas macetas, trasplantamos plantas, retiramos pétalos caídos... y nos sentamos en las sillas del recinto de los tulipanes, donde hace semanas, hablamos de su ex, Sonia. Solo que hoy el protagonismo no es para ella, sino para el señor Connor.

—He leído la novela —dice.

Lo que me altera bastante:

—¿Ya?

El último amanecer de agostoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora