Capítulo 46

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- 4 días para el primer muerto -


ELENA


La persona que viene a por nosotros es Max, el chico delgado y rubio encargado del mantenimiento. Apenas he interactuado con él por su perpetua expresión de malhumor, que hoy se ha intensificado. Es la primera vez que lo veo usar gafas, lo que sugiere que estaría descansando fuera del horario laboral, y por ello la llamada de Andoni lo habrá enrabietado más que de costumbre.

—Hola —saludo al montar en la furgoneta.

Pero me ignora, al igual que hace con el resto. En su vehículo de seis plazas, distribuídas de tres en tres, predomina el silencio. El único que se atreve a romperlo es Izan, quien no deja de escupir gilipolleces.

—Chicos, fumar abre canales a otras dimensiones. ¿Lo sabíais?

A los lados nos tiene a Andoni y a mí. Ambos vigilamos que no se asfixie con la bolsa de plástico que le hemos dado por sus inestables náuseas. Aunque por la mirada que le dedica Max a través del espejo central, hay quien quiere verlo quedarse sin oxígeno.

—Siempre me ha gustado la protagonista de Entre Fantasmas —agrega nuestro amigo, con el plástico en la cara—. Ahora sé que tenemos el mismo don.

Max hace otro mohín y salgo en defensa de Izan:

—Ha bebido mucho, le ha dado el sol y...

—No podéis pasarlo bien sin joder a nadie —ataca.

Me quedo muda.

—Elena, ignóralo —aconseja Mikel.

—El chaval es imbécil —le sigue Andoni.

Y yo sigo petrificada. Hasta Rosa lo está.

¿Qué clase de relación tienen con los empleados de Lourdes?

El resto del viaje lo hacemos callados, con la radio puesta e Izan canturreando las canciones, cada vez más amodorrado. Yo me entretengo contemplando el paisaje a través de la ventanilla, e incluso reparo en el interior de la furgoneta, concretamente, en la figura del león del salpicadero. Lleva una bufanda roja y blanca.

—Es del Athletic —identifica Andoni.

Al parecer este se ha entretenido observándome a mí.

—Nuestro equipo —añade.

Y corrobora así lo que Luken ya me dijo, que aquí todos son del Athletic Club.

—Entonces —le doy otra oportunidad a Max—, ¿juegas a fútbol?

Nuestros ojos se encuentran en el espejo y suelta una escueta negativa:

—No.

—Pero le encanta ver los partidos —lo delata Andoni—. Y, bueno, de pequeño sí que jugaba. En un equipo escolar. Era muy rápido.

—Eso es verdad —Max al fin parece animarse a entablar conversación—. De hecho, me llamaban el Correcaminos.

Andoni esquiva el rostro dormido de Izan, que empieza a babear, y se dirige a mí.

—Desde que nos contó lo del mote, aquí todos lo llamamos así. Anótalo.

—No —niega Max—. Ya no tiene sentido.

—¿Ah, no? —le sigo el rollo—. ¿Ya no eres tan rápido?

Consigo sacarle una diminuta risita, que apacigua antes de terminar.

—No. Lo que no soy es la presa. Ahora soy el coyote.



*****

¡¡¡Izan, despiertaaaa!!!


El último amanecer de agostoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora