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¿Qué hago en este lugar?

Me tambaleaba, sin sentido y sin determinación. Sentí un dolor en la pierna, y vi que había una pequeña herida abierta que no se expandía, pero que sí soltaba una desgarradora tensión en mis músculos débiles. Miré a mi alrededor con mayor atención y reconocí las luces de Moscú, cálidas, alumbrando sus gélidas calles adoquinadas.

Una punzada me golpeó de nuevo. Tenía que ir al hospital.

Vi el reloj. Las 3: 37 anterior al amanecer. Traté de recordar si los automóviles aún pasaban por allí, recordando fugazmente los días en que viví en la ciudad. Mientras trataba de divisar algún taxi que se acercara por la vereda, saque por deducción que las últimas 37 horas las había perdido completamente. Caminé unos pasos hasta encontrarme al borde del puente Andréyevski; miré como las aguas se manejaban con tanta calma mientras los pequeños copos de nieve se posaban en él, uniéndose a su curso.

Caminé unos pasos más para entrar el calor; hacía bastante frío. Me acerqué al Parque Gorki, como me gustaba llamarle hace unos pocos años atrás, adentrándome más en la ciudad.

Vagando por los alrededores, ya se mostraban indicios de discotecas, llenas de euforia y luces cegadoras. Dando un giro inesperado, mi cabeza se elevó como tratando de darme una alarma de que algo asechaba, pero nada más era un solitario taxi, que acercándose con sus colores anaranjados y tonos opacos de plomo y negro me daba ya un respiro, que tanto anhelaba. Le hice un ademán con la mano izquierda. Una chica me miro a través de la ventanilla, dando así excusas a mis falsas aseguraciones de que sería un hombre el que me recogiera; Ella bajando la mirada, me inspeccionó, de cabeza a pies, mirando detenidamente con un aire preocupante, asombrándose por mi corte en la pierna derecha. Ella bajó del vehículo, y con un toque de cortesía me abrió la puerta trasera. Yo procedí a entrar sin ninguna queja, sentándome cómodamente en los acolchados asientos.

Ya dentro del auto, la chica me preguntó el destino. Le dije mientras indicaba con el dedo índice, un tanto impaciente, que me dirigía al hospital Botkin. Además de ser el centro médico más cercano, todo de ese hospital me fascinaba; y haya puede sonar raro para ustedes, pero, por el tiempo que estuve viviendo allí, siempre que me pasaba algo iba casi con felicidad de haberme herido.

Como sea, la chica puso el taxímetro desde cero y comentó que llegaríamos en unos cuantos minutos. Como les dije anteriormente, estaba bastante cerca de la Plaza Roja.

Procedió a sacar el freno de manos, puso el cambio en el número uno y aceleró moderadamente.    

Entre líneas de sangreWhere stories live. Discover now