4

42 6 0
                                    


Sentí un ligero empujón en el hombro; eso fue lo que, en efecto, hizo que despertara. Aletee mis párpados de poco en poco, para poder acostumbrarme a la luz del día y no ver tan borroso como uno acostumbra a ver apenas despierta. Sentí por primera vez en mucho tiempo, las caricias en mi piel del sol y sus rayos, lo cual ayudó a que mi despertar fuera más agradable.

Cuando por fin pude abrir bien mis ojos y ver claramente, no esperaba encontrarme con una especie de ambulancia improvisada, sino con el mismo auto en el cual me quedé dormida. Y es que yo estaba boca arriba, recostada a lo largo de los asientos traseros del Volvo con lo que sentía un chaleco de algodón hecho almohada para tumbar mi cabeza; Y lo más extraño, o al menos la imagen más extraña que hasta el día de hoy puedo decir la más extraña al desadormecerme, el doctor atendiendo mi pierna ya totalmente amoratada, utilizando las pinzas de una mano y cosiendo los puntos con la otra. Pareciera que con solo presenciar aquello fuese suficiente para que mis Nocirreceptores despertaran y me provocaran el dolor de ser curada sin anestesia.

Bueno, ahí cada uno con sus Nocirreceptores.

Obviamente, el estímulo inmediato fue el de gritar y recogerme en posición fetal, pero el doctor parecía adelantado al tiempo y pudo detenerse, sin olvidar de sujetar mis piernas para que no se movieran mientras yo reaccionaba a lo que mi cuerpo reclamaba. Bastante heroico de su parte.

Nos miramos, quietos los dos, por unos segundos; quizás para decirnos buenos días o quizás para tranquilizarnos mutuamente.

—Ya falta poco, aguanta. —Se atrevió a decir mientras sonreía con sus ojos y retomaba los utensilios que estaba utilizando.

Para no enfocarme plenamente en lo que estaba pasando ahí abajo, en mi pierna, pensé que una buena idea era contemplar la mañana del lugar donde estuviésemos. Y, de hecho, primeramente, todo estaba divino, el cielo ausente de nubes dejaba entrever unos pequeños rayos de sol, que además de despertarme a mí, despertaban mi curiosidad por los árboles de la zona. Pero después de cierto tiempo contemplando los matices contrastantes y las texturas de los arbustos de por aquí, divisé una pequeña sombra que se acercaba lentamente a lo lejos... y algo me decía que no venía en son de paz.

—Estamos en Kaluga. —Dijo Suzdál al verme apreciar los alrededores. Sonreía con tanta naturalidad, pero no hacia mí, sino hacia el paisaje, casi como si estuviera complacido de ver algo tan esplendoroso. Como si no lo hubiera hecho en mil años. —Ésta es mi ciudad natal, aquí los inviernos son largos y blancos, como puedes ver. —Añadió antes de ponerse a trabajar nuevamente.

Yo seguí contemplando, ahora no los arbustos ni los colosales árboles, sino las flores silvestres y el pastizal que llenaban a tal punto la superficie de tierra, por ser muchos, que las orillas del río Protvá desaparecía por completo.

—Listo. —susurró Suzdál, sacándome del estado de trance en el que estaba. Comenzó a guardar lo que había empleado en una bolsa de plástico, para luego cerrarla y meterla en un bolso negro. —Qué bueno que no has despertado mientras te limpiaba la herida, ahí sí que hubieses gritado—añadió, riéndose.

Nos quedamos en un silencio agradable por un segundo. Quizás menos, porque un fuerte estruendo, parecido al motor de un auto, nos quitó ese momento.

Los dos bruscamente buscamos la fuente del sonido con la mirada, y distinguimos lo que pensaba, un auto acercándose a toda velocidad.
—¡Vayámonos de aquí! — Le grité a la vez que yo atendí a mover mis piernas y me acomodaba en el asiento de copiloto de una zancada. Él no se quejó; velozmente cerró la puerta trasera y subió al volante para arrancar el auto y esfumarnos. Vi como al acelerar, nos alejábamos del bolso negro que había estado ocupando Suzdál. En ese momento para mí no tenía mucha importancia.

—Bien, Natalia. Explica que está sucediendo. —Dijo con la voz algo alzada. Se notaba que estaba nervioso. El auto iba cada vez más rápido, y nos estaba alcanzando.

— ¡No lo sé! — le respondí sollozando mientras giraba mi cabeza hacia atrás para ver la cara de nuestro persecutor. Claramente, era nuestro misterioso amigo del hospital. — Te lo juro que no sé qué está pasando, no sé quién es ese hombre ni menos porqué intenta matarme. — Le dije luego. El doctor parecía confundido.

El auto alcanzó nuestra altura, miró de reojo su objetivo y frenó en seco, derrapando sobre la tierra. Seguido de eso comenzó a disparar en dirección a las ruedas del Volvo en el cual nos encontrábamos. Suzdál no bajó la velocidad, siguió acelerando hasta dar con una carretera que nos dirigiría al Oeste.

—Ya no está. — Mi cuerpo soltó una gran tensión al decir esas palabras. A pesar de que fuese extraño que dicho hombre no siguiera nuestro camino, me alivió el saber que ya no estaba detrás de nosotros...

O al menos eso había pensado.

Entre líneas de sangreWhere stories live. Discover now