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Después de tres horas de viaje me encontré, finalmente, frente al palacio de los Terems. Los guardias de Roman acababa de abrirme el portón de la gran casa matriz. Aceleré hasta llegar a la entrada del estacionamiento privado, donde un chofer tomó el volante de mi auto desde allí para estacionarlo como es debido. Yo bajé con mi maletín y con el bolso negro que tanto aspiraba ver mi jefe.

Sin retardar el paso, caminé hasta las grandes puertas del palacio, donde unos uniformados de azul, representantes de la policía local, con sus respectivas ushankas azul marino me saludaron con un movimiento de cabeza y permitirme, así, el paso a la residencia del Presidente. Les hice un ademán con la mano y atravesé las colosales puertas para adentrarme a la recepción del palacio, adornado con los murales más bellos que había visto jamás. Las murallas parecían pintadas a mano, con sus verdes aguas vibrantes y sus rojos ceniza contrastantes, el dorado de las terminaciones en la residencia sobresalía a todo lo que había contemplado hasta ese momento con ese mismo color. Las alfombras carmesíes y las baldosas de marfil brillante me cegaban la vista del resplandor, pero el color carne en los marcos de las puertas me daban un respiro visual. Allá en Estados Unidos no hay comparación alguna con este tipo de arte, es único.

—¿Te gusta? —Roman hizo su entrada desde la pequeña escalera que se posicionaba a mi lado derecho, despabilándome de mi estado de éxtasis con la que era su casa hace desde hacía ya tres años. —Aquí mismo vivieron los zares, cuando terminemos con todo esto, que espero sea muy pronto, puedo enseñarte sus habitaciones. —hizo una pausa para arreglarse la barba y lo que parecía tragarse su propia risa. —Puedo hasta enseñarte las mismas sabanas en las que el mismísimo Alejandro III "confeccionó" a Nicolás II.

Me hizo una seña con la mano y lo seguí no muy lejos, hasta un mueble estante donde se encontraba una foto del zar y su consorte.

Un calosfrío recorrió mi cuerpo totalmente.

—Hablemos de lo que me trae aquí, Excelencia. —le respondí tratando de cambiar el extraño tema que había sugerido Roman. Claramente se notaba que había estado encerrado dentro de su despacho, juzgando por su camisa arrugada justo en el área del abdomen sus mangas arremangadas a la altura de los codos. Y no era de menos, había que pensar con cuidado lo que estábamos a punto de hacer. Roman me miró con alegría, y junto con eso le echó un vistazo al bolso que traía conmigo; me miró nuevamente y me invitó a seguirlo hasta el despacho que tenía en el palacio.

—¿Has averiguado donde se encuentra? —me preguntó mientras caminábamos al ala oeste de la primera planta para tomar camino a un pasillo angosto; llegamos a unas escaleras que nos dirigirían al subterráneo, donde tomaríamos las muestras.

—Tomaron la ruta M-3; la ciudad más cercana es la de Mstikhino, por lo que creo que se han quedado allí, después de todo no han descansado en toda la noche. Igualmente tengo a mi gente con órdenes de buscarlos y vigilarlos.

—Muy bien —me responde con su voz apagada de siempre. —Con tal de que Natalia no salga del país, estaremos bien. Así puedo... —se aclara la garganta y retoma poniendo su mano sobre mi hombro. —Podemos tener total control sobre ella.

Llegamos al final de las escaleras para encontrarnos en la oscuridad infinita. Con un reconocimiento de voz-clave por parte de Roman las luces se encendieron automáticamente, dejando ver así las compuertas de acero que protegían el despacho del dirigente del Kremlin. Estaba bastante fría la habitación, casi parecida a la temperatura exterior de las mañanas en Moscú, quizás por el aire acondicionado del lugar sumada a la pintura de exterior que poseían las paredes de la bodega.

Proseguimos a pisar de cuadro en cuadro el código dibujado en el suelo hasta llegar a lo que sería la entrada de la mayor revelación del siglo. Debo admitir que las primeras veces, sobre todo durante mi entrenamiento, me costó aprender el significado de la flor que dibujábamos con los pies; pero cuando ya pasas un rato te acostumbras a las mañas de cada persona, aun que se trate del Presidente de Rusia.

Roman introdujo su código verificador, que no era más que la fecha de cumpleaños de Natasha, su hija, y logramos entrar.

—Dame la muestra— dijo luego de un largo silencio que tuvimos los dos al contemplar el sitio donde haríamos nuestro gran hallazgo. —Quiero ser yo mismo quien toque su sangre.

Entre líneas de sangreWhere stories live. Discover now