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Fuimos camino al Oeste por la ruta M-3 y nos demoramos aproximadamente 20 minutos en llegar a la ciudad de Mstikhino

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Fuimos camino al Oeste por la ruta M-3 y nos demoramos aproximadamente 20 minutos en llegar a la ciudad de Mstikhino. Una pequeña ciudad en el mismo Óblast de Kaluga, bastante pequeña, y por eso mismo, bastante buena para alejarse de nuestro asesino amigo. Mientras conducíamos nos fuimos poniendo al corriente con Suzdál. No es como si nos hubiésemos conocido de la manera más común, ni que hubiésemos tenido tiempo para presentarnos, así que partimos por allí.

—Natalia, un gusto en conocerte. — le extendí mi mano derecha mirándolo con una sonrisa graciosa, a ver si con eso destensábamos un poco el ambiente. Me miró con cara de querer conocerme también. Extendió su mano para estrecharla con la mía.

—Suzdál, un gusto para mi también. —nos reímos; no sé él, pero yo me reía de la atípica situación que nos reunió, en las posibilidades de encontrarnos y que sucediera esto, aunque mi vida esté en peligro, no hay que olvidarlo.

De hecho, si lo pienso bien... Si no me hubiera herido, aun que dudo que haya sido un accidente, nunca hubiese ido al hospital Botkin donde nos veríamos por primera vez. Qué loco ¿no? Ahora es casi mi compañero de viaje y mi doctor personal. Definitivamente voy a tener que contarle de esto a Pete.

—Natalia, ¿te puedo hacer una confesión? — dijo él, después de terminadas las risotadas. Le miré tratando de darle a entender que podía decirme, acompañándome con un gesto de manos. —La verdad es que sabía perfectamente quién eres. — Hace una pausa para reírse, mientras vira su mirada a la calle por un segundo, para luego retornar a mi cara —incluso antes de presentarte.

—¿Cómo es eso? —dije con una risa entre dientes. Ya sabía a qué iba todo esto. Es el encuentro más raro que he tenido con un fan, para no decir con cualquier persona en general.

—Bueno, no es como que no sepas que te dedicas al modelaje. Aquí en Rusia, desde que te fuiste, todos los canales han reportado sobre tu vida. Incluso han hablado con tu madre —hizo una pausa para ver como reaccionaba. Yo solo me divertía, porque eso ya lo sabía. — Pero claro —retomó — tu ya debes de saber sobre eso.

— ¿Te hago yo una confesión? —le dije divertida. Él asintió con la cabeza. — La mujer a la que entrevistó PTP no era mi madre, sino una vecina que teníamos en Nizhni Nóvgorod. — El no parecía sorprendido, sino divertido. — Mi madre ya estaba conmigo en París.

Conversamos de variadas cosas durante los minutos restantes que nos quedaban de camino a Mstikhino. Ese pequeño viaje fue un buen escape a lo que nos había ocurrido, casi se nos olvidaba porque estábamos allí, de camino a un pequeño pueblo, en primer lugar.

Llegamos a una gasolinera que se encontraba a la entrada de Mstikhino. Suzdál llenó el estanque y yo mientras tanto pasé a comprar algo para comer; pensé que lo más sensato era velar por mi salud y recuperarme antes de tomar un vuelo a París. El chico de la caja me sonrió antes de pasarme las barras proteicas y los jugos que había comprado. Le devolví la sonrisa para luego caminar hasta llegar al auto del doctor. Tuve que esperar a Suzdál un momento dentro porque había pasado al baño.

—Debiéramos buscar algún lugar donde quedarnos. — dijo bastante convencido al subirse al carro— Conozco un hostal bastante tranquilo y poco conocido de la zona.

—¿Qué tenemos que perder? —le respondí entretanto sacaba de la bolsa una barrita y se la entregaba. Él echó a andar el carro y condujo por unas tres cuadras hasta llegar al estacionamiento de la hostería. Nos bajamos sin cuidado, porque eran apenas las 8 de la mañana y casi nadie se levantaba todavía en la pequeña ciudad. Hacía un frío que congelaba hasta los huesos, pero por suerte un señor, de no más de 70 años, nos recibió calurosamente a la entrada de su pequeño emprendimiento, sobre todo al reconocer la cara de Suzdál. Nos dio una llave, unas sábanas, unas cobijas y nos ofreció una taza de sbiten para cuando nos instaláramos completamente en la habitación. Le dimos las gracias y caminamos por el pequeño pasillo hasta llegar a la puerta de la habitación número 22. Al interior había una cama matrimonial, un pequeño mueble para acomodar la ropa, que en este caso no había, y una televisión antigua a color por suerte. El baño era pequeño, pero cubría las necesidades básicas de nosotros. Suzdál se lavó las manos y la cara antes de salir a conversar con el dueño del hostal con quien parecía tener un estrecho vínculo. Por mi parte, acomodé la cama antes de hacer cualquier cosa. Otra cosa que había aprendido de mi madre.

Al ver el control de la televisión, no pude tentarme a encenderla y ver las noticias nacionales.

Ojalá nunca lo hubiera hecho.


Entre líneas de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora