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La noche del 17 de julio de 1918 el gran Zar Nicolás II y su familia fueron ejecutados por las fuerzas bolcheviques en Siberia, donde se encontraban refugiados en una pequeña granja de Ekaterinburgo. Los bolcheviques los trasladaron con el pretexto de llevarlos al sótano de dicha casa para tomar unas últimas fotografías.

Fueron ejecutados cruelmente todos y cada uno de los miembros de la familia imperial rusa, mutilados y quemados en ácido sulfúrico... o al menos eso pensaba Yurovsky, comandante en jefe de la milicia bolchevique; que habían asesinado a todos.

Lo que Yurovsky no pudo prever fue la desobediencia de uno de sus militantes, el cual se había apiadado de una mujer, la hija más joven de la familia imperial Romanov, Anastasia.

Nuestro misterioso salvador había compartido momentos con aquella chica durante su infancia. Fugaces quizás, pero tan inolvidables como la primera vez que vió sus ojos. Claramente ella no lo recordaba, tan solo era el pequeño caballerango de su palacio en San Petersburgo.

La vida lo llevó a recorrer diferentes caminos, buscando su lugar y propósito en el mundo; finalmente terminó por conocer la ideología de los bolcheviques, con quienes compartía la idea de un mundo de democracia, mas no la de fusilar a la familia real por que jamás había dejado de pensar en la preciosa Anastasia.

Mientras caminaban bajo la luz de la luna entre los frondosos árboles siberianos, la familia Romanov fue interceptada por aquel joven muchacho, con el único propósito de llevarse a la zarina y ponerla a salvo.
Y eso hizo, logró sacarla del rumbo sin que nadie se percatara, cargándola por la fuerza lo más lejos posible de la granja. La pequeña princesa de tan solo 17 años puso resistencias los primeros minutos del atraco, luego viendo que no llegaría a ninguna parte, desistió. La niña se quedó dormida al cabo de unas horas y el chico decidió acampar en medio del selvático panorama, para zafar un poco la inevitable búsqueda del traidor y la fugitiva.

Llegó el amanecer y junto con ello, lo inevitable de dos cosas; la huida de nuestra Anastasia, que por la noche despertó y, desorientada sin saber qué dirección tomar, fue por el oeste, ya muy lejos para rastrearla. Y la muerte de nuestro anónimo héroe que no corrió lo suficientemente rápido y fue decapitado allí mismo, entre las taigas siberianas.

Anastasia creció, se desarrolló y vivió como una persona normal, una plebeya, desde ese momento; se casó y tuvo hijos... descendientes al trono de los Romanov. Pero claramente ella nunca se reveló al mundo como la última sobreviviente, a pesar de los múltiples llamados que hizo su abuela paterna. Decidió quedar en el anonimato junto con sus recuerdos y experiencias; con sus pesadillas y sus manías.

Quién diría que la pequeña protagonista de esta devastadora historia sería la bisabuela...

Entre líneas de sangreWhere stories live. Discover now