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—¿Cómo es eso de que la has perdido?— exclamó Roman a través del teléfono, algo enfadado y con la voz muy alzada. Se notaba inquieto por no tener todavía a la misteriosa candidata en las manos ni saber con certeza si toda esta persecución valía la pena.

—Puede que la haya perdido de vista, pero tengo algo mejor para ti ahora mismo entre manos, Roman— Le respondí calmadamente para traspasarle esa seguridad que me caracterizaba. No esperé a que pudiera contestar; ya sabía que los silencios suyos eran las mejores respuestas. —Le estuvieron haciendo curaciones, y el bolso que tiene su sangre se les ha olvidado en el camino. —Esperé a que con eso entendiera el mensaje y me diera la señal que buscaba.

Un segundo de reflexión se tomó para hacerme la pregunta que yo esperaba. Mientras tanto, veía la carretera por la cual habían tomado camino, para poder diferenciar hacia donde se dirigirían el par de tórtolos.

—¿Está la sangre fresca?— Preguntó mi jefe, ahora si más confiado en lo que le decía.

Finalmente, la pregunta que estaba esperando.

—Como si la hubiese curado recién.— Respondí ya tomando el bolso en mi mano y disponiéndome a volver al auto. Le eché un ultimo vistazo al cartel del camino que delataba su posición. Mstikhino.

—Vuelve lo más rápido posible, no queremos que se seque la muestra. —Añadió Roman antes de cortar la llamada. Yo ya estaba al volante, colocando la calefacción, tanto por mí y como por el muestrario; ese regalo caído del cielo.

Vi por última vez el hermoso invierno que me rodeaba antes de volver a Moscú. Kaluga era un lugar tan bello y tan pacífico que nadie se hubiese imaginado que en aquella ciudad acontecieron, los hechos clave que darían un giro total a la historia del país, y porque no, del mundo entero.

Entre líneas de sangreWhere stories live. Discover now