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De camino a Moscú traté de encontrarle sentido a todo lo que me había pasado; creo nos fuimos las casi tres horas del viaje en completo silencio, por mi parte reflexionando que no estábamos de vacaciones sino en algo completamente opuesto. Pensando que mi vida corría peligro por...

Ni siquiera sabía el porqué.

Pensando en infinidades de posibilidades que me llevaron a perder la memoria, a aparecer en Moscú y a tener una pequeña herida en la pantorrilla.

Un pequeño salto en la carretera me hizo golpear contra la ventana del asiento en el cual estaba apoyada mi cabeza

De camino a Moscú traté de encontrarle sentido a todo lo que me había pasado; creo nos fuimos las casi tres horas del viaje en completo silencio, por mi parte reflexionando que no estábamos de vacaciones sino en algo completamente opuesto. Pensando que mi vida corría peligro por...

Ni siquiera sabía el porqué.

Pensando en infinidades de posibilidades que me llevaron a perder la memoria, a aparecer en Moscú y a tener una pequeña herida en la pantorrilla.

Un pequeño salto en la carretera me hizo golpear contra la ventana del asiento en el cual estaba apoyada mi cabeza. Me hizo despabilar de mis pensamientos, y con algo de suerte también me hizo fijar en una señalética en el camino bastante alarmante. La carretera había sido cerrada por una supuesta alerta terrorista en la zona y ningún auto estaba autorizado a circular por allí.

Ahora me quedaba claro porque no nos habíamos topado a nadie en todo el camino.

—¡Detente! —le dije a Suzdál provocando en él un pequeño susto. —El camino ha cerrado.

—No puede ser Natalia— me replicó como si supiera todas las normas vehiculares del Oblast de Moscú. — Tendría que ser una orden del Ministerio de Defensa para que haya cerrado una de las carreteras más importantes de un día a otro.

—El cartel está allí, puedes bajarte y verlo por ti mismo si no me crees— le dije con un tono molesto señalando hacia atrás, a mi derecha, donde se encontraba el aviso. Suzdál con el auto en marcha puso reversa y se devolvió hasta donde le había dicho con anterioridad. Se bajó y logró comprobar, antes de la furgoneta, que efectivamente, la orden venía desde el ministro de la Defensa Rusa.

—Alguien más está equivocado— le digo luego de bajar la ventana del copiloto para que pueda escucharme más claramente. Mi severa miopía me había impedido poder ver lo que realmente era esa "furgoneta".

—No creo que esté equivocado— dijo mientras se apresuraba en subir al auto y encenderlo nuevamente.

Unos hombres de traje verde camuflado bajaron a toda máquina de la que, a medida que se acercaba, ya no parecía una furgoneta, sino un todoterreno blindado, con aspecto militar y, cabe recalcar, con aspecto de no ser tan amigable.

Aceleramos tan rápidamente que fácilmente pudimos haber alcanzado los 180 kilómetros por hora. Pero eso no fue velocidad suficiente como para esquivar la persecución y la inminente intercepción.

Nos sacó volando de la calle. Lo único que sentí antes de quedar inconsciente era que flotaba infinitamente dentro del automóvil de Suzdál, con sus papeles volando y él sintiéndose liviano por primera vez. Pude dejar de pensar en tanto porque y me concentré en la sensación de nada. Descanso pleno.

El único milisegundo que de aquí en adelante tendríamos como descanso.

Entre líneas de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora