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—Señor, los hemos localizado, se dirigen hacia el Oeste. —Estábamos los dos, Roman y yo, sentados tomando el té en uno de los salones rojos del colosal palacio de los Terems cuando escuchamos aquella noticia a través del teléfono presidencial. Fuimos de inmediato al sótano a revisar con nuestros propios ojos las cintas; las cámaras de seguridad a frontera con Ucrania

Todos dejaron de trabajar apenas entramos nuevamente a la habitación. Se pararon y, juntado todos sus dedos, llevaron su mano derecha a la sien, saludándonos. —Señor, una de nuestras cámaras ocultas ha identificado el rostro de su acompañante en el Óblast de Smolensk. —vimos la pantalla que estaba ocupando el chico. Algo no calzaba.

—¿Es ese el nombre del hombre? —pregunté con tono alarmado. Pues lo estaba.

Ambos, Roman y el niño, me miraron, señalando con la mirada la ficha que había saltado en la computadora, con el nombre, el número de pasaporte y la fotografía.

—¿Qué insinúas, Leonid? —me preguntó Roman, bastante confuso. Chequeé que nadie estuviera oyendo nuestra pequeña conversación de terna y, suspirando pesadamente, les hice un gesto para que se acercaran.

—Ese es mi nombre... —susurré bastante preocupado. El chico bastante asombrado no dudó y se puso a trabajar de inmediato, creo yo que a comprobar la información en las bases de datos del gobierno. —Y también mi número de identificación.


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⏰ Última actualización: Dec 18, 2017 ⏰

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Entre líneas de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora