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Los resultados ya están listos, Señor Presidente. —exclamó fuertemente uno de los muchos trabajadores que se encontraban allí con nosotros, en el húmedo y álgido cuarto. Miré a los alrededores de la sala donde por primera vez me encontraba, a pesar de los muchos entrenamientos que había recibido para poder acceder a ella. Las paredes eran altas y de concreto puro, pintadas de un azul grisáceo que daba la impresión de estar en una cárcel o un sanatorio.

Roman me hizo su ademán característico a que lo acompañara a la sala de vidrio, donde se estaban ejecutando los intentos de descubrir si realmente la chica pertenecía a la casa real perdida. Los análisis de sangre sería prueba suficiente para que él tomara cartas en el asunto inmediatamente. Entré a la saleta y sentí como el calor seco de los calefactores me penetraba el interior, dándome un subidón del bochorno inmediato; debí sacarme la chaqueta de cuero negra que llevaba. Y es que dentro debían estar en a lo menos unos veinte grados Celsius con una humedad relativamente baja para estar cercanos a las condiciones normales de temperatura, ya saben, para poder mantener las disoluciones acuosas de sangre.

—Ya que usted se tituló de bioquímico, Leonid — dijo tomando unos papeles recién impresos. —tenga el honor de leerlos para mí.

Las hojas estaban tibias, y la tinta estaba apenas secándose; tanto así que cuando las cogí, el símbolo del Kremlin en negro se corrió ligeramente, mancándome el pulgar. Todos los ojos estaban puestos en mí, y yo tomándome un instante para pensar en lo que estaba a punto de leer, solo pensaba en lo mal que lo pasaría la desafortunada chica de aquí en adelante si daban positivo.

—Bien —susurré para mí mismo algo nervioso, carraspeando la garganta para ahorrarme hacer el ridículo. Chequeé que la amplificación del ADN Mitocondrial estuviera de acuerdo, al igual que la purificación de éstos, como primero paso. Luego me pasé a la hoja siguiente, volteándola tan rápidamente que me herí el dedo índice. Estaba la hoja de la electroforesis.

—Quién diría que el gran Leonid Petrov, el asesino con los mejores reflejos, se lastimaría con una de mis hojas— me susurró Roman, mirándome profundamente a los ojos, como si me tratara de decir algún secreto. Como si se burlara de mí.

—Por eso es que me retiré— le respondí alzando la mirada, y virándola hacia los documentos nuevamente.

Las líneas rojas que eran los genes por el teñido de bromuro de etidio, haciéndose fluorescentes en el medio violeta del gel de agarosa, estaban alineadas totalmente, haciendo dos columnas simétricas en el papel de electroforesis que sostenía en mi mano. El mismo papel que rectificaba lo que tanto Roman buscaba.

La chica era una Romanov.

Entre líneas de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora