14

7 5 10
                                    

—Pareciera que la tomé por sorpresa; que al verme hizo una mueca con la boca, apretándola como un niño mimado que no ha conseguido lo que quería. Con sus tacones azules de pequeña altura se comenzó a acercar, con esa misma mirada que me había dedicado en el hospital, de análisis total, de una seriedad y frialdad exagerada, como de actriz. —Ella me mira a través de esos profundos ojos negros, transmitiéndome ese bufeo que hizo, insinuándome que nunca fue así.

La puerta se abre.

No me lo puedo creer. Es... Suzdál... ¿En uniforme también? ¿Qué?

¿Y por qué me mira así?

No puede ser. No puedo digerir ésta. No esta bomba por favor. ¿Me mintió todo este tiempo? ¿Está con ellos?

Está bien, Natalia, sigamos relatando como si no te doliera.

Carraspeo la garganta y continuo. —Ojeé alrededor buscando puertas, ventanas, agujeros de ratón, algo por donde poder escapar de aquella mujer que tanto me inquietaba. —la señalo con mi dedo índice. —No había nada más que paredes blancas, así que tomé la intravenosa que me descuajado hace un minuto atrás y la empuñé sin miedo. Ella no retrocedió ni un poco, de hecho, ni siquiera dejó de marchar tranquilamente. —Hago una pausa para tomar aire. Esta nueva habitación parece no tener buena ventilación.

—¡Dime que quieres! —Exclamo fuertemente. Todos los presentes saltan del susto. Sobre todo, Suzdál. Ese mal nacido.

—Le grité, estallando en llantos. Ya no podía creer lo que me estaba pasando, todo era tan extraño que pensé que estaba en un sueño. Una pesadilla. Caí rendida por el mismo peso de mi terror sobre mis rodillas, tomé mi cabeza con ambas manos e intenté, al igual que cuando pequeña tenía pesadillas, despertar. —Paro. Le doy un pequeño vistazo a mi antebrazo, donde tengo el moretón de la intravenosa. Quizás ni siquiera sea suero lo que tengo en las venas.

Sigo. —Bueno, yo si tuviera un tranquilizante tras la espalda también caminaría así de calmada. Sentí como, entre mis sollozos y golpes, mi cuello se calentaba de forma desenfrenada; y ese mismo calor se esparcía por mis hombros y mi cabeza haciéndome retorcer de la punzada final antes de despertar aquí...con ustedes. —Al recordar aquello siento ese dolor nuevamente; y es que siempre he sido sensible a las agujas.

—Ahora solo tengo una pregunta— dije después de mi largo monólogo, mirándolos a todos, pero en especial a Suzdál, aquel hombre que abusó de mi confianza. ¿Y como no confiar en él? Si estaba sola, no sabía nada. Se ve buena persona, pero en el fondo es un mentiroso.

—Estamos aquí para ayudarte, Natalia —dice una chica castaña en uniforme, acercándose por mi derecha. ¿Quién es ella, por cierto? Ella me toma la mano; mi mano que reposaba sobre los brazos de la silla a la cual, cabe recalcar, estoy atada.

—¿Cómo me puedes hablar de ayuda mientras estoy liada? —le digo con tono reprensivo. Los cuatro uniformados en la sala cruzan sus miradas, quizás preguntándose si hacer lo que les estoy pidiendo. Suzdál afirma con su cabeza, sin dejar esa mirada fría, esa expresión de nada, esos ojos sólidos.

La castaña me desata primeramente de las muñecas. Y menos mal, porque ya no sentía la sangre en mis manos. Prosigue con el torso y las piernas. Cuando ya estoy totalmente libre, pero aún sentada en aquella incómoda silla, muevo mis articulaciones, las trueno y suspiro más intensamente de lo que hubiese querido.

—Natalia, tene...— la morena no termina. Se miran todos por un milisegundo; apenas si he captado ese momento. Una alarma sumamente fuerte está sonando, las luces led de la habitación se han tornado rojas, y siento como un chico que desconozco me toquetea, levantando mi cuerpo como si fuera una carga liviana y los demás, sin hablarse ni preguntarse nada, abren escandalosamente la puerta para correr por un pasillo... de quién sabe qué lugar... para llevarme, supongo, a quién sabe dónde.

Entre líneas de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora