Capítulo 01

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Maju


María Jesús del Valle Méndez Rodríguez, escribí.

Con inseguridad y manos temblorosas llené una planilla que me entregaron en el avión, faltando pocos minutos para aterrizar en Buenos Aires. La releí desde el principio para asegurarme de no haber colocado algún dato equivocado, pues lo último que necesitaban mis padres era que me devolvieran en el aeropuerto después del arduo esfuerzo que habían hecho para mandarme al extranjero y estudiar por un año. Para mí, era sólo terminar el colegio. Para ellos, esta experiencia era lo más cercano a enviar a un hijo a Harvard.

Durante semanas les peleé la decisión. A pesar de que la mayoría de las personas de mi país emigraban con desesperación como peces ahogándose fuera del agua, yo simplemente quería quedarme con mi familia hasta terminar una carrera de pregrado.

Suspiré cuando intenté sacar la cuenta del tiempo que pasaría lejos de mis padres: diez meses. Apenas continuábamos en febrero y el año escolar en Argentina se terminaba en diciembre. Verlos durante las vacaciones de invierno era una apenas una remota posibilidad, considerando que el pagarme un año escolar fuera del país ya era un gasto pesado para mi familia.

No solo los extrañaría a ellos. No vería a mis amigas del colegio hasta el año siguiente, tampoco me graduaría con los compañeros con los que había compartido casi cinco años. Todo para hacer feliz a mis padres —a mi madre, realmente. Había sido su idea—. Y no es que yo fuera una persona malagradecida, solo que jamás había pedido alejarme de mis seres queridos.

La aeromoza pasó por mi asiento para retirar mi planilla y leyó mi nombre completo, frunciendo el ceño con disimulo. A mis padres no les bastó con nombrarme como la virgen María y su hijo, sino también sintieron la necesidad de darme el nombre de otra de las vírgenes más adoradas en Venezuela, la Virgen del Valle. ¿Por qué ponerle a tu bebé dos nombres cuando puedes hacerlo tan extenso como la cordillera de los Andes?

Mientras el avión aterrizaba y la mayoría de los pasajeros rezaba para que no nos estrelláramos, cerré mis ojos y empecé a llenarme de energías positivas. Decreté que aquel sería un buen año y que transcurriría rápido; que en un abrir y cerrar de ojos llegaría la navidad, y con ella, el reencuentro con mi familia.

Mi corazón parecía querer explotar dentro de mi pecho y preguntas irremediables comenzaron a surcar mi cabeza. ¿Sería aceptada por mis compañeros en mi nuevo colegio? ¿Me adaptaría a la ciudad y sus costumbres? ¿Haría amigos? ¿Me mirarán raro debido a mi acento? ¿Lograría encajar?

Mi madre me había conseguido una beca en uno de los colegios más exclusivos de la ciudad —todavía no comprendía cómo—, y sería recibida como parte de un programa de intercambio. Tal hecho solo incrementaba mis nervios dado que la exclusividad en un colegio se traducía en mucho dinero, en personas con vidas posiblemente distintas a la que yo había tenido en Caracas. El temor a ser la oveja negra del salón de clase se volvió inminente.

El reloj marcaba las cuatro menos cuarto de la tarde cuando salí del área de carrusel de maletas. Mis ojos recorrieron todos los rostros desconocidos de aquel nuevo país, rostros que esperaban con ansias la llegada de algún ser querido. Leí apellidos que no reconocí entre la decena de carteles, hasta que al final los encontré. Había visto una foto de mi nueva «familia» por correo, sin embargo, parecían más encantadores en la vida real.

Aquí vamos, pensé, sintiendo un vacío en el estómago. Mis manos comenzaron a sudar y mis pulsaciones eran casi audibles, como si estuviera a punto de explotar mi cabeza.

Contracorriente © [EN LIBRERÍAS] [Indie Gentes #1] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora