Capítulo 11

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"He dicho que no tengo familia, pero no que mi apartamento esté vacío." El apartamento. Billy Wilder.


Ricky no pasó unas buenas Navidades. La familia de Agoney había venido de visita y a los chicos no les quedaba tiempo para planear nada con los amigos. Aitana y Vicente se habían ido fuera y Luis las aprovechaba para trabajar. En resumen, ningún plan interesante. Lo primero que hacía al levantarse era mirar el reloj, suplicando que fuera tarde, y así no tener que rellenar tantas horas del día. Suponía un esfuerzo que no podía realizar.

El colegio lo distraía, pero pasar los días sin obligaciones no le llevaba a nada bueno, solo le ayudaba a pensar más. Y pensar era negativo. Si pensaba, sentía, y si sentía, sufría.

Deambulaba por la casa en chándal, tratando de encontrar algo que le entretuviera mínimamente pero, cuando trataba de leer, tiraba el libro a un lado después de ver que había tardado un cuarto de hora en pasar una página, debido a su absoluta falta de concentración. Si se ponía alguna serie, pasaban los minutos sin enterarse de nada, viendo sucesiones de imágenes que no lograba hilar. Hacer deporte, algo que siempre le había animado, lo dejaba cada día para el siguiente. Estaba cansado, o aburrido, o cansado de estar aburrido, o aburrido de estar cansado.

Había pasado la Nochebuena en casa de su familia y solo había pensado en qué hora se podría marchar. No quería hablar con nadie, no quería hacer el esfuerzo de mantener conversaciones. Podía pasarse las horas simplemente tirado en el sofá, tocándose el pelo, y mirando el techo sin nada en la cabeza, solo esperando que llegara la noche, esta diera paso al siguiente día y volviera a una rutina que le hiciera despertar. Hasta el ruido que hacía Luis en casa lo crispaba.

Cuando se acercaba el Año Nuevo se planteó muchas cosas, cosas que siempre pensaba, como qué era lo que recordaba con ilusión del año que había pasado.

Cuando tenía veinte, o veintipocos, los grandes momentos se agolpaban en su mente, luchando entre ellos para ver cual se alzaba triunfador: un viaje, una gran borrachera, un polvazo, un concierto bueno...Pero lo que le había movido ese año, se le clavaba en el corazón y retorcía y retorcía hasta que sangraba, dejándole seco: los ojos de Kibo recorriéndolo en el patio del colegio, el mensaje de Kibo el día que estaba viendo la película con Luis, el beso de Kibo bajo las estrellas...¡Qué noche esa!¡Qué cerca le había sentido!

Se pasó una mano por el pelo, gritó frustrado y se levantó.

—¿Qué hacemos al final en Nochevieja?

Luis levantó la vista de la pantalla para mirarlo.

—Podemos ir a la fiesta de mis colegas.

Ricky torció el gesto. La pandilla de Luis era una banda de intensos de provincias que parecían tener que demostrar al mundo que no por vivir en una ciudad pequeña sabían menos de lo que se movía en los círculos más exquisitos. Le iba a esperar una noche llena de nombres imposibles de deletrear, pronunciados por unos pretenciosos insoportables.

Suspiró.

—Ok.

—Si quieres voy yo solo —comentó su novio al verle la cara.

—No, no —negó el maestro.— Me parece buen plan.

Cuando llegó el día, Ricky y Luis se plantaron en la fiesta, con estados de ánimo muy diferentes. Mientras Luis se dedicaba a saludar a unos y a otros con evidente ilusión, Ricky se entretuvo en escoger quien llevaba la vestimenta más ridícula e incombinable, aunque en esa casa el que parecía hacer el ridículo era él, con su camiseta negra, sus vaqueros gastados y la camisa de cuadros que llevaba.

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