Capítulo 17

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"—Formemos nuestro propio partido

—Claro. Amantes del Mundo Unidos

—Soy tan feliz...tan feliz. Nadie puede ser tan feliz sin ser castigado por ello". Ninotchka. Billy Wilder.

—Total que se llevó dos ofertas de hostias, una mía y otra de Jonás.

Ricky estaba sentado en la mesa de la cocina con Kibo al lado. Parecía que ya se estaba recuperando, porque se había negado firmemente a seguir en la cama y, aunque seguía tosiendo mucho, ya no le dolía tanto como los días anteriores. Ricky había llegado una hora antes con Vera. La niña se había metido en la habitación y ellos se quedaron charlando. El maestro todavía estaba nervioso por la situación que acababa de vivir. A Kibo le había llamado la atención la actitud de Manuel, tenía buena opinión sobre el maestro.

—Igual eres tú el que tenías que llevar los tatuajes —comentó después de escuchar la historia. Ricky lo miró indignado, él no iba pegándose con la gente por la calle.

—Voy a dejar de cuidarte, gilipollas.

Kibo, que estaba recostado con un brazo sobre el feísimo banco que ocupaba el lateral de la mesa, alzó las cejas.

—¿Me vas a ofrecer hostias a mí también?

Lo dijo esbozando media sonrisa, y Ricky no pudo hacer otra cosa que admirarla. Y pensar en lo bien que le quedaba la camiseta verde que llevaba.

—En realidad contigo siempre prefiero otro tipo de cuerpo a cuerpo.

A Kibo se le escapó un sonido extraño al intentar contener la carcajada que luchó por salir. Ricky entornó los ojos al oírlo.

—Puedes reírte un día con ganas, ¿eh, Kibo? No se deforma la cara ni nada por el estilo.

—Llevas un tiempo un poco impertinente, ¿eh, Ricardo? —contestó imitándolo.— Vivir solo te ha dado muchas alas. Me río a veces.

—Jamás te he visto.

—Eso es porque no me haces gracia.

—Ya. Será eso.

La tensión sexual que se palpaba en la cocina podría cortarse con un cuchillo, pero los dos luchaban contra ella con uñas y dientes, aunque cada vez los silencios eran más largos y ambos los utilizaban para recrearse en la mirada del otro. Miradas densas, cargadas de deseo, que acababan con un parpadeo y un cambio de tema.

—Bueno, ¿y qué vas a hacer con lo de Jonás?

Ricky sacudió la cabeza. No tenía ni idea.

—Le prometí que no les diría nada a Ago y a Raoul.

—¿Y te parece buena idea? —insistió.

No, no le parecía. Había estado dándole vueltas durante todo el viaje en coche. Exhaló un largo suspiro.

—No, pero no quiero traicionar al chico.

—Eso no es traición, Ricardo. Lo estará pasando mal y querrán ayudarle.

—¿Tú crees que debería decirlo?

—Creo que sí.

Continuaron charlando hasta que llegó la hora de la cena. A Kibo no le había subido la fiebre apenas, ya la tenía controlada con el paracetamol, y se le veía muy contento por estar recuperándose. Hasta hablaba un poco más. Le contó la obra que estaba haciendo y cómo le iba en el curro desde que había vuelto de Bruselas en septiembre. Ricky sabía de sobra que era bueno, y le alegraba que la gente también lo valorará. No le había faltado trabajo y cada vez se le acumulaban más encargos.

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