Epílogo

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Kibo despertó al escuchar el timbre del móvil y se levantó con cuidado de no despertar a Ricky. Tampoco era fácil hacerlo, dormía con la conciencia de los inocentes el chico.

Hacía un calor horrible para ser finales de julio y no se molestó en ponerse una camiseta, después de atender la llamada, se metería en la ducha. Salió al pasillo y descolgó, hablando en voz baja, y decidiendo que mientras charlaba se prepararía un café, pues a lo tonto, eran las diez y media de la mañana.

—Hola, cariño, ¿qué tal?

Su hija le contestó con un acento más marcado del habitual, ya se iba notando que llevaba unas semanas sin escuchar español a tiempo completo.

—Bien, he estado ayudando a mamá a dar el desayuno a Arthur.

—¿Y lo ha tomado todo? —le preguntó su padre.

—Sí, no para de comer.

—Qué bien...

No le dio tiempo a hacerle la siguiente pregunta cuando Vera lo interrumpió para volver a hablar. La notaba un poco nerviosa y suponía por lo que podía ser. La misma duda que la llevaba asaltando desde que se había ido, pero decidió dejarle tiempo y no presionarla.

—¿Tú qué tal? —quiso saber la niña.

—Bien —le contestó.— Ya casi hemos acabado de arreglar la casa.

—Ricky no hará nada...

Mientras se preparaba el café, Kibo esbozó una sonrisa...Ricky, vaya pieza estaba hecho.

—Distraer, y hacerse el cansado —apuntó después de dar un sorbo.— Pero me río con él.

Se escuchó un silencio al otro lado de la línea que Kibo aprovechó para guardar los platos de la noche anterior en el lavavajillas.

—Papi...

—Dime, cielo... —le dijo, aunque ya sabía qué pasaba.

—Todavía no sé qué hacer en septiembre...

—Ya... —Kibo asintió para sí.— Supongo que es complicado.

La escuchó suspirar y quiso estar allí para poder darle un abrazo.

—Sí.

Cuando había ido a primeros de julio para llevarla, su madre y él se habían sentado con la niña para proponerle opciones. Lo que sobre todo quisieron dejarle claro fue que los dos la adoraban e iban a estar encantados teniéndola en casa. Kibo le explicó durante horas a Susana cómo había ido el curso, y cómo había aprendido, y nunca podría agradecérselo bastante a Ricky y a Agoney, lo importante que era que Vera supiera que era una niña querida, pero que eso no significaba que pudieran pasárselo todo.

—Oye —se le ocurrió de pronto— ¿Quieres que vayamos a verte unos días?¿Así lo hablamos cara a cara?

—¿Vendrías?

Kibo sonrió. Había esperado durante mucho tiempo escuchar a su hija hablarle como si realmente fuera una persona a la que quisiera, aunque, con toda probabilidad, su hija había ansiado más escucharle a él. Por eso mismo, ahora no se callaba nada.

—Claro, cielo, te echo mucho de menos.

—Y yo a ti —le respondió ella.—Pero vamos a estar en la casa de Cédric hasta mediados de agosto.

Su padre no vio inconveniente a eso.

—Pues a la vuelta te veo en Bruselas.

—Guay.

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