-2

3.5K 196 287
                                    


"Joe no puedes irte. No puedo vivir sin ti". El crepúsculo de los dioses. Billy Wilder.


Como habían previsto, dejaron a Vera con Ago y Raoul sobre las siete de la tarde, así ellos pudieron conducir hasta la casa rural y cenar por el camino. Después de media hora de viaje, decidieron parar en un pueblo que tenía un restaurante elegante e íntimo que Ricky había visto en una aplicación mientras Kibo conducía. Al ser más o menos pronto, encontraron mesa fácilmente.

El camarero que los atendió les llevó a un rincón junto a una cristalera desde la que se podía divisar el paisaje, les preguntó las bebidas y les dejó un tiempo para pensar los platos, explicándoles que en la carta encontrarían recetas más elaboradas y otras centradas en la cocina tradicional.

—¿Cuántas veces hemos salido a cenar así tú y yo? —preguntó Ricky, dando un sorbo a su copa de vino, cuando ya tuvieron su comida en la mesa. Pensó que gustaba la intimidad que se generaba en una cena a dos. Ambos hablaban bajito y, aunque no se dijeran nada en especial, el ambiente era único y diferente.

—Pues ninguna —le respondió Kibo.

—Es una pena —murmuró.

Y así lo pensaba porque, de hecho, sentía que les quedaban demasiadas cosas por hacer juntos, que casi toda su relación había estado encerrada en cuatro paredes, los pocos momentos robados que le habían podido sacar al tiempo de Kibo con su hija. Levantó la vista para mirarlo. Estaba tan elegante en esa mesa tan arreglada que todavía no se creía que fuera su pareja. Kibo dejó de prestarle atención al plato cuando se sintió observado y le sonrió.

—Deberías haberte puesto el kimono de lentejuelas para que todo fuera perfecto. Brillarías como una bola de discoteca.

—Gracias, Kibo —contestó con una mueca.— Eres el azote del romanticismo.

El chico ahogó una risita. Cada vez sonreía de una manera más franca y natural y, aunque Ricky no quería pecar de fanfarrón, sabía que era algo que él había logrado.

—Ahora brillan tus preciosos ojos como faros en la noche.

Y como no todo podía ser perfecto, solo él podía atribuirse también el mérito de haberle convertido en ese gilipollas que no dejaba de vacilarle. Ricky entornó los ojos al escuchar la frase.

—Déjalo, ¿vale?

Kibo soltó una carcajada que resonó en el local.

—¿Cómo coño vamos a ponernos románticos cenando un cachopo?

Ricky miró el escueto chipirón bañado en salsa extraña con espuma de no sé qué que estaba comiendo Kibo.

—Tenía hambre—contestó simplemente. La mirada burlona de Kibo, se transformó en una mucho más tierna.

—Estoy encantado de cenar aquí contigo, Ri —susurró dulcemente.— Este sitio es fantástico.

Eso lo alivió.

—Entonces, ¿estás contento de haber venido? —preguntó. No quería delatarse, pero se sentía un poco culpable por haberlo forzado a hacer ese viaje con él.

—Sí —admitió Kibo.— Aunque Vera el domingo puede ser algo difícil de llevar.

—Parecía contenta por quedarse en casa de Ago y Raoul.

—Ya lo sé, pero de repente una pequeña cosa no le gusta y se convierte en algo bastante complicado.

A Ricky no le cabía duda de que lo que acababa de decir Kibo era cierto. Él mismo lo había vivido en sus carnes. Le vino a la mente cómo Ago y Raoul se apoyaban en todo con los críos.

LO QUE BUSCASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora