Capítulo 14

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Capítulo 14

Me desperté temprano, terminé de preparar la maleta y Tania me acercó a la parada del tren. Me gustaba viajar en trenes. Era relajante a la par que te regalaba tiempo muerto para hacer mil cosas. Saqué un libro, conecté mis auriculares al móvil y mientras sonaba JP Cooper y su September song, comencé a leer.

Te diré un secreto. Uno que no me gusta confesar. Dejé de escuchar música durante la primera semana que Heracles desapareció de mi vida. Las canciones me recordaban a él, de una u otra manera. Supongo que al final me había convertido en aquello que juraba que nunca sería.

El tren llegó puntual. Nadie me esperaba en la estación, dado que iba por sorpresa. Imaginar la cara de mi madre al verme me hacía sonreír. Ella era un libro abierto, la perfecta protagonista de una película romántica. Su vida siempre había girado en torno a su marido, su casa y sus hijos. Pero desde pequeña me enseñó a luchar por lo que quería. Que nunca me conformara con menos. Richi, era como mi padre. Hombres sobreprotectores. Cuando me marché a estudiar a la universidad, ambos se llevaron las manos a la cabeza. No estaba demasiado contento con que pusiera tantos kilómetros entre ellos y yo. Al final tuvieron que ceder.

Cuando el taxi paró por fuera de mi casa, sonreí. La fachada color salmón con las piedras en blanco y el pequeño jardín con enanitos, era mi parte favorito.

Cogí la maleta, pagué al taxista y caminé hasta la casa. Desde fuera se oía el ruido del patio trasero, donde estaban celebrando el cumpleaños de Richi, familiares y amigos.

Llamé a la puerta y escuché a mi madre desde lejos gritar.

—¡Arthys! — Dijo emocionada al verme, abriendo ambos brazos para abrazarme.

—Hola, mami—La saludé riéndome, mientras la dejaba escacharme contra su pecho.

—Pero que alegría. ¿Has llegado ahora? — Preguntó, alejándome para observar que estuviera entera.

—Sí, quería darle una sorpresa a Richi.

—Pues cuando te vea se va a volver loco. Que hoy se estaba quejando de todos los cumpleaños a los que has faltado.

Me imaginé a mi hermano rumiando cabreado porque su hermanita pequeña no estuviera para verle soplar las velas. Me eché a reír sabiendo exactamente los gestos que había hecho.

Mi madre me guio por la casa, como si fuera totalmente desconocida para mí. Dejé la maleta y el abrigo en la sala de estar y salí al patio a la vez que mi madre gritaba

—¡Feliz cumpelaños, Richi!

Tanto mi hermano, como el resto de los invitados miraron a la puerta donde me encontraba. Richi se levantó de la mesa donde estaba, acompañado de varios de sus amigos y vino abrazarme.

—Pero mira a quien tenemos aquí. ¿Cómo estas, niñata?

—Muy bien, idiota. Feliz cumpleaños.

Soltó una risotada y me abrazó más fuerte.

Aquello era estar en casa.

—Ven a saludar— Me instó, agarrándome de la mano.

Había como mínimo cuarenta personas. Hablando y bebiendo, mientras en la barbacoa mi padre les preparaba la comida. Fui una por una, fingiendo alguna que otra sonrisa. Cuando llegamos a la última mesa, donde se encontraba sentando mi hermano al principio, mis ojos se posaron en uno de sus amigos. Gerald.

No había cambiado demasiado. Seguía siendo el chico que arrebataba mis suspiros. Su metro noventa, su cuerpo definido y aquellos ojos verdosos.

Lo cierto es que no parecía muy contento de verme. Su expresión era sombría y distante. Como si hubiera visto un fantasma.

Saludé a todo el grupito, dándole dos besos y cuando llegué a él, Richi preguntó:

—¿Te acuerdas de Gerald, Arthys?

Me dieron ganas de soltar una risotada y decirle que por el mojaba las sabanas.

—Hola, ¿Qué tal? —Le dije mientras me acercaba a darle dos besos.

Él amablemente se levantó, sin quitar aquella extraña expresión. Me dio dos besos y volvió a sentarse sin decirme absolutamente nada.

Extrañada miré a Richi, no es que antes la relación con Gerald fuera maravillosa, pero al menos me dedicaba un hola.

—Voy a ayudar a papá con la barbacoa—Intenté huir de aquella extraña situación. Pero mi hermano tenía otros planes.

—No, siéntate aquí con nosotros. Tomate una cerveza— Señaló el hueco entre él y su silencioso amigo.

Pensé en negarme, pero al final y acabo era su cumpleaños.

Richi comenzó a preguntarme sobre la universidad y el trabajo. Obviamente él no sabía de que se trataba mi nuevo empleo. Si lo hubiera sabido sufriría un infarto.

Tras varios minutos de conversación, me giré hacía Gerald, que se mantenía inmóvil a mi lado.

—¿Y qué es de tu vida? Lo último que supe de ti es que habías comprado una empresa.

Su mirada helada perforó la mía.

¿Qué le había hecho yo a aquel señor?

—¿Te comió la lengua el gato? — Bromeó mi hermano al ver que su amigo permanecía en silencio— Cuéntale lo del taller.

—Es solo un taller— Solo esas palabras bastaron para que un rayo atravesara mi cuerpo.

Esa voz. Su voz. Yo la conocía.

Continuará...

¿Hola? Línea eróticaWhere stories live. Discover now