Capitulo 8.

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CAPITULO 8.

Ciudad de Tartu.

Catorce años antes

A su alrededor un grupo de niños reía en voz alta, lanzando gritos agudos con la facilidad de una manada de delfines. Les observó con enojo, sus voces afiladas le provocaban oleadas de nauseas, haciendo que su cabeza palpitara, y aumentando su irritación. No podía escuchar nada más, todos los demás sonidos acallados por el gozoso griterío de los más pequeños.

Jensen les miró a través de sus párpados entrecerrados, intentando controlar su enojo. Saber que normalmente les miraría con agrado, solo agravaba su malhumor. No entendía su propio estado de ánimo. Llevaba meses alterado. A veces sentía que toda su piel se removía inquieta sobre su carne, como si intentara cobrar vida para alejarse. Aquel desasosiego se había convertido en algo físico y había necesitado huir del piso de su tutor para encontrar algo de calma. Quizá un lugar frecuentado por tanta gente no era buena idea, pero el zoo era el único lugar donde lograba serenarse cuando se sentía tenso o enojado. Dirigió sus pasos hacia la zona de los felinos, conocía el camino de memoria, lo había recorrido cientos de veces a lo largo de los años, pero después de lo sucedido el año anterior, ya no era igual. Algo había cambiado en él, lo sabía, y sentía que tenía que ver con aquella sensación picajosa bajo la piel.

Un rugido juguetón le alcanzó antes de hallarse realmente al pie del foso. El sonido le hizo sonreír, a pesar de la leve inquietud que le recorrió al reconocer al animal que había proferido aquel ruido. Se detuvo al pie del recinto de los animales. Este se hallaba dividido en tres partes, en una descansaban los pumas y jaguares, en otra enormes y elegantes tigres y en la tercera los hermosos leopardos. Jensen se inclinó hacia la parte de los últimos, observando su elegancia contenida con una sensación de alivio. Apoyó con indolencia su cuerpo sobre la valla, el foso se hallaba a varios metros por debajo y era imposible que uno de los felinos alcanzara la parte desde donde eran observados. El movimiento de los enormes gatos, sus gestos perezosos o los juegos de los más jóvenes, siempre lograban serenarle. Parecían tener un efecto calmante sobre él.

Uno de los leopardos saltó al árbol más próximo a su situación, rugiendo en su beneficio. No era la primera vez que le prestaban atención. Pero sonrió burlándose de sí mismo por el sesgo de sus pensamientos. Tenía la absurda idea de que le reconocían y, con frecuencia, le saludaban. Muchos de aquellos ejemplares habían llegado al parque a lo largo de los años, otros habían nacido allí. Jensen había visto irse a algunos y los había visto llegar a todos. Sentía que eran viejos amigos. Se había acostumbrado a ellos y tenía la sensación de que también sucedía al revés. Y, aunque nunca lo habría admitido en voz alta para no ser tomado como un loco, era capaz de distinguirlos. No solo a cada individuo como un ente diferenciado, también su género y las dinámicas de sus relaciones. No entendía como podía estar tan seguro, pero sabía que no se equivocaba.

Una de las tigresas más jóvenes, que se hallaba en línea recta bajo su posición, se revolcó en la tierra como un gatito complaciente sin apartar sus ojos de depredador de él. Y, de nuevo, aquel peligroso impulso de saltar al foso y reunirse con ellos, pulsó en su interior. Desde lo sucedido en la selva casi un año atrás, no había dejado de sufrir aquellos momentos suicidas, porque era un suicidio solo pensar en ello. Sintió la piel tirante allí donde la cicatriz de la garra de la pantera le había marcado. A pesar del año transcurrido aún la notaba caliente sobre el muslo, como si tuviera algún tipo de vida propia, ajena a su existencia.

Un rugido molesto le sobresaltó. Buscó su origen. No reconocía la "voz" de la fiera. Comprendió que había un ejemplar nuevo. Sus ojos vagaron entre los demás gatos hasta encontrar al recién llegado. Jensen jadeó emocionado al verla. Era hermosa. Pocas veces había visto un ser tan bello. Su pelaje la distinguía del resto como un ave del paraíso entre especímenes más discretos. La mirada vertical del irbis encontró sus ojos y Jensen se quedó prendado de ella. Supo que era una hembra. También que era joven, mucho, y había vivido siempre en cautividad. La emoción que le hizo palpitar el pecho era tan similar a la ira que le costó descifrar su verdadera naturaleza, compuesta de tristeza y ternura. El leopardo de las nieves se pavoneó ante él mostrándole su extraordinaria apostura, Jensen estaba tan subyugado por ella que no se dio cuenta de la presencia a su lado. Cuando apartó sus ojos del felino sufrió un sobresalto al encontrarse con unos ojos azules medio ocultos por una máscara de arlequín. Parpadeó algo sorprendido. Pero supuso que se trataba de un empleado del parque.

Linaje. (WIP) Where stories live. Discover now