Capítulo 18

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XVIII

En cuanto llegamos a Prescott, Caspian fue el encargado de llevarme hasta los calabozos del palacio en el que se encontraban varios guardias para que custodiaran de mí ya que Elian aún no regresaba de Lennox.

El sol había terminado de meterse por completo cuando habíamos entrado a Prescott. Y al llegar al palacio, la luna era lo único que iluminaba el palacio.

No entraba el más mínimo rayo de luz en los calabozos. Solo escuchaba bufidos y fuertes respiraciones de más personas seguramente inocentes que Elian mantenía cautivos.

No había sido tan consciente cual frío podía ser Prescott hasta ahora; sentada en la esquina de la calda mientras abrazo mis rodillas intentando enviar calor a mi cuerpo, lo cual es casi imposible. Al poco rato el sueño fue el que comenzaba a intentar apoderarse de mí, pero no podía dormir, no aquí, no cua do Elian llegaría en cualquier momento a cortarme la cabeza probablemente.

No sabía cuanto tiempo había pasado cuando sentí que alguien abrió la reja. Con dificultad pude distinguir su sombra entre la oscuridad de un hombre alto y robusto cuando ya había sentido sus estrechas manos tomarme con fuerza de los antebrazos. A trompicones me sacó de la celda.

Salimos de los calabozos y abrió una puerta que daba a una habitación casi oscura, aunque nada comparado con los calabozos. Había una mesa y una silla a cada extremo. El sujeto me aventó cuál objeto en la silla casi pegada a la pared mientras él tomaba asiento en la otra. Tenía una expresión fría y las manos echas puño sobre la mesa.

No pude evitar tragar saliva.

—¿Qué hacías en el palacio del rey Lennox? —cuestionó.

Las palabras no podían salir de mí. El pánico me carcomía más a cada segundo.

Tensó todo el brazo, y, aún con la mano echa puño, dio un brusco golpe en la mesa, el cual me hizo saltar.

—Te he hecho una pregunta.

—Fui una invitada más —murmuré. Podía sentir la boca seca mientras las palabras salían de mí.

—Esa no es la respuesta que quiere el rey Elian.

Se puso de pie, apoyó la palma de una mano sobre la mesa y se inclinó ligeramente sobre la mesa mientras con la otra mano sacaba una pequeña navaja que llevó hasta mi mejilla izquierda. No hizo ningún corte, pero me tenía la fría hoja de la navaja presionada contra mi piel a más no poder.

—El rey quiere matarme —murmuré en un hilo de voz.

—Va a hacerlo si no me dices el parentesco que tienes con el soberano Lennox.

—Ya se lo dije, fui una invitada más. No soy más que una pueblerina más en Lennox.

Por más asustada que estuviera, no podía simplemente decir que sería la futura soberana de Lennox, sería estar asegurando que Elian pusiera mi cabeza en bandeja de plata.

El hombre hizo más fuerza para incrustar con mayor intensidad la navaja.

El ruido de la llegada de varios carruajes fue el causante de que el hombre soltara la navaja y volteara hacia la puerta.

El Juego Del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora