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Nueva York, 01 de enero
Trece años más tarde...

-¿Estás bien, cariño?

A Mariana Esposito, no le sorprendió ver a su mejor amiga colocarse a su lado. La miraba con compasión, algo que ella detestaba con fuerza... No soportaba a quienes la miraban de esa manera. Con cuidado, se levantó del pequeño banco cerca de la tumba de sus padres y le devolvió la mirada.

-Estoy perfectamente, algo conmocionado, pero no lo suficiente como para quitarme diez años de vida.

Candela Vetrano  asintió levemente mientras le dedicaba una amplia sonrisa cargada de tensión.

Los padres de Mariana habían muerto un día después de año nuevo, justo en la madrugada, cuando ella dormía en casa de su amiga. ¿Cómo murieron? Mariana no estaba segura, lo qué si sabía era que los habían asesinado. La cabeza le dolía, pero aun así logró contener las lágrimas para cuando por fin estuviera sola.

-Te he venido a buscar, ya que el abogado quiere saber si quieres leer el testamento ahora o más tarde.

Mariana ahogo un gemido de frustración. Mordió su labio inferior y asintió, mientras más rápido acabaran, más rápido se iría a casa. Al ir hacía el abogado paso delante de la tumba de sus padres, pero desvío la vista... Le dolía con solo mirar.

-¿Señorita Esposito?

Levantó la vista para encontrarse con un hombre robusto, de ojos verdes agua, amables y cabello castaño. Un hombre muy atractivo, pero aun así no era su tipo.

-Si, soy yo.

-Es un placer, mi nombre es Victorio D' Alessandro; He venido a darle mis más sinceras condolencias y las del mejor amigo de su padre, quién debido a problemas de salud, no ha podido venir.

Ah si, el supuesto señor Lanzani. El mejor amigo de su padre, el cual ella no conocía y no tenía ganas de conocer. Quién debería haber estado en primera fila en el entierro. Aquel que supuestamente había ido al velorio la madrugada anterior y que se había olvidado darle las condolencias a ella. Si era tan amigo de su padre, Francesca no entendía por qué no lo conocía y porque no se había presentado.

¿Problemas de salud? Que le dieran al hijo de puta ese.

-Muchas gracias, señor D' Alessandro  –Buscó con la mirada a Candela, pero no logró localizarla –Si me disculpa, tengo un asunto de suma importancia por atender.

-Oh desde luego, señorita. Y él señor  Lanzani, me ha pedido que le dé un mensaje. Dice que vendrá por usted al anochecer.

Sorprendida lo observó y arqueó una ceja. Pero negó con la cabeza mientras se encaminaba y se perdía entre la multitud. A paso apresurado asentía cuando las personas decían lo mucho que lamentaban la pérdida. Hipócritas, todos, eso era lo único que eran... Decían cuanto lo lamentaba, pero antes de que murieran hablaban cosas terribles a las espaldas de su padre. Ella lo sabía.

<<Que les den a todos ustedes>> Cerró los ojos y no se sintió tranquila hasta que tomó el brazo de Candela quién la esperaba tranquilamente al lado de un hombre algo mayor, vestido de negro y con un maletín en mano.

-Buenas tardes, señorita Esposito.

-Señor Thomas, que bueno verlo.

-Primero que todo, cuanto siento lo de sus padres –El estomago se le revolvió de nuevo al oír las palabras –Y, ¿Qué tal si nos sentamos para hablar de esto?

Mariana accedió y paso la su lengua por el labio inferior.

-Sus padres han muerto justo a una semana de su cumpleaños número dieciocho, por lo cual eso la hace todavía una menor de edad. Necesita un tutor mientras tanto, me refiero a que apenas haya cumplido la mayoría de edad, puede hacer lo que le guste con el dinero que le han dejado sus padres –Él paró un segundo de hablar –El señor y la señora Esposito, eran su única familia. Tanto sus abuelos maternos, como los paternos murieron hace ya algunos años. Y debido a esta carencia de parientes, su padre ha puesto en el testamento que en caso de que ambos murieran antes de que fuera una adulta –El señor Thomas bajo los lentes y dejo el papel en su regazo –Su tutor sería el mejor amigo de su padre, Juan Pedro Lanzani.

Oscura inocencia Where stories live. Discover now